«Honestamente, allí sólo tengo dos amigos muy cercanos, pero no tengo mucha vida social: sólo piano». Alberto Barba, pianista ciudadrealeño que desde hace más de dos años vive en Nueva York, dice que en Ciudad Real sólo puede llevar la sonrisa puesta. Desde su llegada a la Manhattan School of Music, Alberto ha experimentado el rigor de un entorno altamente competitivo, donde el tiempo se reparte entre ensayos, clases y actuaciones, dejando poco espacio para las relaciones personales o el descanso.
«La calidad de vida en Nueva York es muy diferente», confiesa. «Allí todo está orientado al rendimiento. Vivo rodeado de otros pianistas y músicos excepcionales, lo que supone un desafío constante, pero también un agotamiento mental y emocional que cuesta equilibrar, por no hablar del individualismo feroz de la 'Gran Manzana'». Sin embargo, cada Navidad, Alberto regresa a su Ciudad Real natal. Este ritual, que podría parecer sencillo, es en realidad una especie de salvavidas emocional. «Venir aquí es como recargar las pilas», afirma.
En un mundo tan frenético y exigente como el de la música clásica, la Navidad significa mucho más que vacaciones. Es el momento de reconectar con su familia, sus amigos de toda la vida y su pareja, quien aún reside en España. «Llevo una cuenta atrás. Por muy a gusto que esté en Nueva York, estoy deseando que llegue este momento», explica.
«En Nueva York llevo una cuenta atrás para ver a mi gente» - Foto: Tomás Fernández de MoyaCiudad Real, con su calma y familiaridad, contrasta profundamente con la frialdad y el individualismo de Nueva York. Para Alberto, volver implica recuperar pequeños placeres que se han vuelto esenciales: compartir una caña con amigos en la plaza del Pilar, reencontrarse con personas que no ve desde el año pasado o disfrutar de las cenas familiares cargadas de recuerdos y risas. «La magia de la Navidad radica en el reencuentro. Es ese momento en el que te das cuenta de que, aunque todo cambie, hay cosas que permanecen igual», reflexiona y, además, apunta:«No tiene nada que ver con el verano, el verdadero descanso para mí es ahora, en Navidad».
Este año, además, su visita tiene un significado especial. En los últimos meses, Alberto ha estado trabajando en un proyecto musical profundamente personal: un disco cuyas piezas están inspiradas en vivencias y personas cercanas. «Hay una pieza dedicada a mi novia, otra a una amiga que falleció el año pasado y otra a mi madre. Es un trabajo que recoge mucho de lo que soy y de lo que me ha llevado hasta aquí», explica. La posibilidad de compartir este trabajo con aquellos que le han visto crecer le llena de una emoción que es difícil de expresar.«Sólo el hecho de tocar para mi gente ya hace que todo el esfuerzo haya merecido la pena», relata emocionado.
Pese a las alegrías del reencuentro, el pianista no oculta las dificultades de vivir lejos. «Echas de menos cosas que nunca imaginaste. Algo tan simple como sentarte con tus amigos en un banco y hablar sin preocuparte de nada. Nueva York es una ciudad que no te deja parar, y eso te hace valorar mucho más la tranquilidad que tienes aquí». Esta perspectiva, asegura, le ha cambiado. Lo que antes consideraba aspectos negativos de una ciudad pequeña, ahora lo ve como privilegios. «Ciudad Real es un lugar donde te sientes arropado, donde las distancias no existen y todo está al alcance de la mano. Eso es algo que, cuando estás lejos, aprendes a valorar enormemente».
«En Nueva York llevo una cuenta atrás para ver a mi gente» - Foto: Tomás Fernández de MoyaAunque su carrera lo ha llevado a cruzar el Atlántico y enfrentarse a uno de los mercados más exigentes del mundo, Alberto no pierde de vista sus raíces. «Por mucho que mi carrera crezca, Ciudad Real siempre será mi sitio. Aquí está mi historia, mi gente, y eso no se puede reemplazar». Incluso su música, que busca llegar a audiencias internacionales, está profundamente marcada por su entorno. «Este disco lo he pensado para mi gente, porque al final son quienes más lo van a valorar», concluye.
En su piano, las teclas cuentan su vida, sus sacrificios, sus pena sy sus amores. Cada nota que interpreta lleva consigo un pedazo de su viaje: desde las primeras lecciones en su infancia en Ciudad Real hasta los escenarios de Nueva York. Pero es en Navidad, rodeado de los suyos, cuando esas historias encuentran su verdadero significado. Como él mismo dice, «la magia está en las conexiones que nunca se pierden, por mucho que el mundo cambie».