Poderoso Peret

Monica Puras (SPC)
-

Cuando se cumplen 10 años de su muerte y 50 de su participación en Eurovisión, la proyección del rey de la rumba no pierde un ápice de su singular grandeza

Poderoso Peret

Rey absoluto de la rumba catalana. A pocas figuras de la música española se les puede atribuir el epíteto de universalmente conocido como a Peret. Su genio y sus más de 250 canciones viven para siempre. A punto de cumplirse 10 años de aquella lágrima que se le cayó a gran parte del mundo tras recibir la noticia de su fallecimiento a los 79 años el 27 de agosto de 2014, sus letras y ritmos alegres siguen siendo el alma de las fiestas de jóvenes y mayores. La suya fue una trayectoria de gran éxito, pero también de profundos contrastes. 

Pedro Pubill Calaf, su verdadero nombre, nació en Mataró, Barcelona, el 24 de marzo de 1935. Cuando apenas era un niño, antes incluso de su debut sobre las tablas del Teatro Tívoli de Barcelona a dúo con su hermana y con tan solo 12 años, ya empezó a despuntar como cantante y guitarrista, influenciado por su abuelo. 

Por el Raval, el barrio que le vio crecer y que marcó su vida, ya se hablaban de las fiestas en las casas de los gitanos cuando cerraban los bares y que a un pequeño lo sacaban de la cama, le daban café y leche y lo ponían a entretener al personal.

Su proverbial sociabilidad, obligado a perder precozmente la vergüenza, le puso las cosas más fáciles. Y los primeros pasos de su carrera musical fueron paralelos a una amplia gama de ocupaciones (carpintero, tapicero, chatarrero...), que ejerció tanto en España como en Argentina hasta 1950.

Un creador

Fue entonces, todavía joven, y rabiosamente autodidacta, cuando creó el género junto a otros juerguistas barceloneses, combinando su arte gitano y alegre con influencias del mambo, tango y rock and roll.

Entre sus contribuciones, Peret inventó el ventilador, una forma de tocar la guitarra golpeándola con la palma de la mano abierta, hizo un híbrido entre Pérez Prado y Elvis Presley y hasta una nueva forma de tocar las palmas.

En la década de 1960, Peret salió de su círculo en Cataluña para buscar suerte en Madrid, donde sus canciones se hicieron muy populares en las discotecas. Su ingreso en la nómina de artistas del tablao El Duende de la capital española y su participación en El Gran Musical de la Cadena Ser lo catapultaron a la fama, y de ahí en adelante, se desataría la peretmanía.

Su primer gran éxito fue Una lágrima, en 1967, pero su internacionalización llegó en 1971 con Borriquito, que coincidió con el auge del turismo en España y se colocó en las listas de éxitos de varios países, no solo en América Latina, sino de Holanda y Alemania, donde logró romper la barrera del idioma.

A su ascenso meteórico también contribuyó su faceta cinematográfica, donde protagonizó cinco cintas o sus cameos en taquillazos como Las cuatro bodas de Marisol, o acompañando a Carmen Amaya con la guitarra en Los Tarantos.

También fue sonado su Canta y sé feliz con el que compitió hace medio siglo en el Festival de Eurovisión al conseguir un meritorio noveno puesto en el año en el que ABBAestaba destinado a la gloria a ritmo de su emblemático Waterloo. La fama de Peret se consolidó aún más.

A finales de los 80, se alejó temporalmente de la actividad artística para ejercer de pastor en una iglesia evangélica. No fue hasta una década después cuando regresó a los escenarios gracias al gremio de taxistas, que no paraba de insistirle que volviese. En 1992, hizo un retorno triunfal al ser invitado a participar en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos donde interpretó su famoso tema Barcelona tiene poder, entre otros.

Un cáncer terminó con su vida cuando preparaba un disco íntegro en catalán y otro en castellano, que vio la luz de forma póstuma. 

Su fallecimiento a los 79 años llegó tan solo dos meses después de que anunciase su enfermedad cuando acudió al médico por un dolor sin importancia en la cadera. «Los médicos me aseguran que no tardaré mucho en subirme de nuevo a los escenarios, que es lo que más me gusta en el mundo», comunicó entonces,  asegurando que lo «afrontaba con entereza y optimismo».

Peret dejó una marca imborrable y elevó la rumba al cielo.