Ya ha dado comienzo la época del año en la que son más socorridos los botijos. Todo el mundo conoce sus atribuciones y en Campo de Criptana se han aprestado a poner también en valor sus cualidades artísticas. Por eso, el Centro de Interpretación del Molino Manchego expone hasta el 30 de junio una muestra con cuarenta de estas fuentes milagrosas, cuya particularidad reside en que cada uno lleva la firma de un artista español del siglo XX.
Las intervenciones son, nunca mejor dicho, de lo más pintorescas. En el catálogo están presentes pintores como Salvador Dalí, Eduardo Úrculo, Manuel Viola o Eugenio Sempere, o los dibujantes Mingote, Forges y Peridis. Dentro de la nómina castellanomanchega destacan los toledanos Rafael Canogar y Pablo Sanguino o el ciudadrealeño Manuel López Villaseñor.
El propietario de tan exótico relicario es el folclorista segoviano Ismael Peña, que cuenta que la aportación inaugural la hizo ni más ni menos que Dalí. Fue en 1963, cuando Peña trabajaba en Cadaqués y se encontró con el divo surrealista, quien consideró muy oportuna la solicitud. En cambio, se le escaparon Miró y Antonio López. De este último espera que haya ocasión para trasladarle la propuesta. Mientras tanto, el surtido crece.
Cartel de la muestra a la entrada de la sala. - Foto: José Miguel ArteagaLos buenos botijos son piezas codiciadas, porque no hay tantos artesanos que los fabriquen. Juanma Torres decía que no encontraba ya botijos como los que conoció antaño en Argamasilla de Alba. En literatura, el poeta granadino José Soriano Simón elevó un loor a ellos en su poemario Antología mínima: «Colgado en el umbral de algún cortijo sudando, en los veranos asegura del agua que atesora la frescura, en su humildad el barro del botijo».
Los de esta exposición no contienen agua para beber, pero sí una muestra de la genialidad que despliegan los verdaderos maestros, incluso cuando trabajan sobre una superficie poco común.