En Mosturito (Tusquets) -contracción de «monstruito»- están reflejadas preocupaciones sociales como el acoso, el maltrato machista y la violencia juvenil, pero es difícil imaginar una novela más políticamente incorrecta porque, como revela su escritor, Daniel Ruiz, «la mojigatería le sienta fatal a la literatura».
Ambientada en un barrio periférico sevillano de los años 80, su nueva historia lo tiene todo: yonquis, punkis, pederastas, centros de acogimiento infantil y enfermas mentales con obesidad mórbida que salen desnudas y tarareando sintonías radiofónicas a la terraza de su piso, que da al patio de un colegio durante la hora del recreo.
Es allí donde crece Mosturito. Hijo de un padre maltratador que cumple condena, vive con la Tata, su tía, una mujer entrada en carnes y adicta al alcohol, que arrastra su propio historial de desengaños. Hasta ahora, el pequeño ha estado anclado en ese lugar problemático, esquivando junto a su peculiar pandilla a los matones de la zona, que no dejan pasar ocasión de meterse con el muchacho.
Sin embargo, una excursión fuera de los dominios habituales le llevará a conocer a un grupo de chicos que le van a descubrir un mundo nuevo, en el que las familias no pasan apuros para llegar a fin de mes. Eso sí, juntos deberán sortear algunos de los peligros que asolan las ciudades de los 80, como la devastadora epidemia de heroína.
También aprenderá a sobrellevar las primeras decepciones amorosas y a vencer su complejo físico para hacerse con un lugar en su nueva cuadrilla. Un salvaje y peculiar relato de iniciación con punkis, mansiones encantadas y vírgenes que se aparecen en la pared.
«Hoy más que nunca la literatura está llamada a transitar por un camino de libertad y a no rendir cuentas a nada ni a nadie, y menos a la moda de lo políticamente correcto; el terreno de la verdadera literatura es el de la libertad absoluta; los grandes referentes de la historia, como El Lazarillo o El Quijote, están en el camino de la libertad», señala el autor.
«El sentido de lo literario está cada vez más amenazado por la inteligencia artificial, que se lo está comiendo todo en el ámbito creativo», añade. En su opinión, la obra «tiene que buscar la aportación humana, que es todo lo contrario de eso; textos en los que el rastro humano esté por encima de todo», defiende Ruiz al mostrar su preferencia por «novelas no encasillables, libérrimas, que no se sometan a ningún tipo de canon; frente a la amenaza de la inteligencia artificial necesitamos textos cada vez más libres».
Para ello, se acoge al magisterio de autores como Fernando Quiñones y José Donoso y a historias como La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, al denunciar que «se está confundiendo la literatura con el contenido, porque la industria del contenido no tiene nada que ver con la creación: el pensamiento crítico no le interesa nada a la industria del contenido».
Potencia expresiva
Frente a «la tendencia a contar siempre lo mismo y de la misma manera», Ruiz asegura que «ahora se tiene la oportunidad de construir novelas originales capaces de trascender lo convencional», de ahí que en Mosturito haya llegado a «supeditar la sintaxis y la gramática a la expresividad», al narrar en primera persona la historia de un niño.
«El título ya es una declaración de intenciones». Es así como llaman al protagonista y como él pronuncia la palabra «monstruito». «Mi novela busca la potencia expresiva; puede resultar desastrosamente escrita desde los parámetros normales de la sintaxis», señala desde el convencimiento de que «escribir bien es hacerlo de manera eficaz; cada historia te exige el modo de contarla, y escribir de forma salvaje, saltándote a la torera las convenciones estilísticas, genera un lenguaje propio, lo que debe ser la principal aspiración de un escritor».