Blanca Portillo atiende por teléfono a La Tribuna en medio de su apretada agenda con los medios de comunicación. Su voz suena relajada, dispuesta a la conversación y a echar mano de sus valiosos recuerdos.
Mañana recibe el premio Corral de Comedias, ¿cómo se siente en el Corral?
Nunca he actuado en el Corral. He actuado en otros espacios, pero ahí no. Creo que el jueves voy a estar muy nerviosa, porque es un espacio maravilloso teatralmente, arquitectónicamente e históricamente. Que te entreguen el premio allí, ya de por sí el premio es grande y es importante; lo hace maravilloso, y me siento feliz de que me lo hayan concedido. Que me lo entreguen allí es mágico.
¿Ya tiene preparado tu discurso? ¿Le ha costado mucho?
Todo el mundo me pregunta qué voy a decir y cómo va a ser el discurso, pero creo que no soy amiga de discursos, porque además, cuando los tengo que dar porque recojo un premio o algo así, me sabe muy mal, me cuesta. Sí sé de qué quiero hablar y lo haré. Quiero hablar de la palabra, porque creo que Almagro es un lugar donde la palabra es protagonista y ahora mismo vivimos tiempos donde la palabra tiene un valor importante, en el sentido positivo y en el sentido negativo.
Se le recuerda por muchísimos papeles, pero lo que fue un aldabonazo en Almagro fue su Segismundo, ¿cómo recuerda aquel montaje?
Yo creo que es de las cosas más valientes que hicimos. Lo digo porque también tuve el privilegio de encontrar a una directora como Elena Pimenta, que se atrevió a hacer algo que en principio era muy transgresor, que una mujer interpretara Segismundo. Era su primer espectáculo al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y fue tremendamente valiente y generosa. Lo tomamos como una aventura, no sabíamos el alcance que podía tener. Lo hicimos con una enorme honestidad. Recuerdo que cuando fuimos a Almagro tenía miedo, porque se han hecho tantos Segismundos allí, se han visto tantos... y no solamente tenía el miedo de que les gustara cómo lo habíamos planteado, sino que además soy una mujer y a lo mejor me pitaban, me silbaban, me echaban de allí. Pero creo que cuando haces las cosas con honradez, con honestidad, con amor, con devoción y con rigor, la gente lo aprecia y lo estima. Recuerdo esas noches en Almagro como de las noches más bonitas de mi vida, la verdad.
Desde su propia perspectiva, ¿cuál ha sido su momento más impresionante en Almagro?
En Almagro uno de los momentos para mí importantes fue estrenar La vida es sueño y luego pienso en otros momentos. He tenido la suerte de trabajar allí varias veces y de ver cosas, incluso he estado haciendo la laudatio de otras personas que han recibido el premio. Y todos son recuerdos y noches maravillosas. Me he divertido mucho allí y he tenido historias de amor. Pero representar allí La vida es sueño..., si me tuviera que quedar con un momento, sería ese.
No fue la primera vez que hizo un papel masculino, ¿qué le lleva a buscar ese tipo de papeles, un Hamlet, un Segismundo...?
La historia del teatro está llena de grandes personajes masculinos, más que femeninos. Igual me equivoco, pero creo que no. Nuestro teatro clásico está lleno de grandísimos personajes masculinos, pero no femeninos. Creo que el ansia de cualquier intérprete es hacer grandes personajes. Da igual si son femeninos o masculinos, pero no siempre tienes esa oportunidad. Siempre digo que me encantaría ver a un grandísimo actor interpretando a Bernarda Alba, ¿por qué no? Creo que el teatro es un lugar, un espacio de libertad, que lo único que te exige es amor, devoción, dedicación, rigor, y si está hecho desde ahí, ¿por qué no permitirnos eso? Me llevó el deseo de interpretar un personaje tan hermoso y tan grande como Segismundo.
Como directora, ¿qué es lo que busca?, ¿qué quiere poner sobre la escena?
Para dirigir necesito primero tener la necesidad de contar una historia concreta. Yo me muevo por necesidad. Si no tengo necesidad de contar nada, no dirijo. Quiero contar algo que me vaya la vida en ello, de alguna manera, que me importe. Porque creo que es la única manera de que eso trascienda y le pueda importar a quien lo vea. No busco cosas concretas, sino algo que a mí me conmueva, me preocupe y me ocupe para poder contarlo.
Y al revés, desde su posición de actriz, ¿qué le pide a un director?
Lo mismo que me pasa cuando dirijo: que le importe muchísimo lo que quiere contar, que le vaya la vida en ello y me contagie su necesidad, su deseo de contarlo. Que haga mío su sueño, eso es lo que necesito.
¿Tiene algún proyecto para la próxima temporada?
Sí. Empiezo a ensayar en agosto la adaptación teatral de la novela de Almudena Grandes La madre de Frankenstein. Dirigida por Carme Portacelli, es una coproducción del Centro Dramático Nacional con el Teatre Nacional de Cataluña. Estrenaremos en el María Guerrero y luego irá al Nacional de Cataluña. Estoy preparando un personaje que sé que me va a costar mucho, pero que también me va a dar grandes alegrías.