Infinidad de encuadres

Manu Reina
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Luis del Castillo tiene carrete para largo porque atesora en Cuenca una colección de casi un millar de cámaras de distintos tamaños y marcas

Infinidad de encuadres - Foto: Manu Reina

En un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados, aún existen quienes encuentran belleza y nostalgia en los artefactos del pasado. Tal es el caso de Luis del Castillo, un apasionado de las cámaras fotográficas cuya colección supera los 800 ejemplares. Las lentes le apasionan y sus vitrinas capturan miles de historias. Es un tesoro «minuciosamente cuidado» que puede marcar un recorrido de más de medio siglo. Ese mismo camino en el tiempo evidencia «lo mucho que han cambiado las cosas», tanto con la propia fabricación de la cámara en sí como con la profesión de fotógrafo. «No tiene nada que ver», recalca.  

Este conquense es un «enamorado» del carrete. Pero su colección esconde una curiosa historia. Luis del Castillo, profesional de los pies a la cabeza en este mundo de imágenes, fotos o instantáneas, siempre ha estado ligado a la fotografía y, cuando apenas bordeaba la mayoría de edad, adquirió su primera máquina a Luis Pascual en la calle Calderón de la Barca. Hace ya 50 años de aquel primer paso. La cámara ocupaba demasiado espacio, pero «me gustó mucho y no dudé cuando me dijo que me la vendía».

A partir de ahí, y por necesidad laboral, «con lo que ganaba, me compraba distintas cámaras y material fotográfico». Necesitaba estas herramientas para capturar todas las obras de Fernando Zóbel en el Museo Abstracto. Mucho más cuando abrió su propio estudio y, posteriormente, a la hora en embarcarse en el mundo del periodismo en distintos periódicos y agencias de comunicación.

Hasta entonces, tenía unas cuantas, pero que ni alcanzaban la docena. Viajaba sin parar, revelaba sin cesar y cubría cada acto al que le citaban, como un viaje a Paraguay para una visita del Papa. En ese ejercicio, después de recorrer medio mundo con su macuto «bastante pesado» a la espalda, empezó a ejercer como ceramista, la segunda de las profesiones que borda a la perfección. Tiene unas manos de santo, y no solo para inmortalizar momentos, sino también para erigir todo lujo de cerámicas. La obligación de dar forma a los encargos en su propio taller, le llevó a dejar aparcado por el momento la fotografía, aunque «siempre he estado con una cámara en la mano». Pero es verdad que estuvo «más de 40 años sin comprar ninguna», asegura.  

punto de inflexión. La irrupción de la pandemia y, por consiguiente, la llegada del confinamiento, despertó en Luis del Castillo ese interés que siempre ha llevado dentro. Tanto que «me puse a comprar todas las cámaras que veía y que me gustaban». Sentado en el ordenador y sin prisas, «participaba en subastas de distintos países, así como intercambios entre otros coleccionistas». La red y la globalización le permitió hacerse con hasta 800 cámaras sin salir de casa. El dinero invertido «no me importa porque es algo que me gusta y llena» y se excusa en que «mientras otros gastan en ocio, yo prefiero ahora hacerlo en mi pasión». Muchos de los que han visto su colección le llaman «loco», pero eso no va a hacer que «pare». La colección «no tiene un precio porque su valor es diferente para cada uno, y para mí es disfrutar». 

Cuenta con cámaras de fotografía de Polonia, Alemania, Ucrania, Hungría, Inglaterra o Rusia, por mencionar solo algunos países. Tiene, además, todas las marcas habidas y por haber, desde las más conocidas hasta las incluso ya extinguidas. También de todos los tamaños y muchas muy variopintas. Cuenta, como curiosidad, que muchas «son la misma cámara, aunque con distinta marca comercial», como consecuencia de las guerras. Alemania es un ejemplo de ello, con el levantamiento del muro de Berlín dividendo el país en dos partes, lo que hizo que muchas empresas vendieran exactamente el mismo prototipo pero con denominaciones distintas. Luis del Castillo tiene tanto uno como otro. 

En verdad, este fotógrafo conquense ha vivido su propia puerta giratoria varias veces, pasando de las cámaras a la cerámica, y viceversa. Y ahora compagina las dos porque no puede vivir sin estos dos mundos unidos. Mientras sigue elaborando piezas únicas, seguirá ampliando una colección que por ahora «no tiene fecha de caducidad». El pronóstico más fácil es aventurar que superará el millar y lo mejor de todo es que «todas funcionan», gracias a una labor de mantenimiento que lleva a cabo para que su tesoro siga brillando. Luis del Castillo vive «muy feliz» y no piensa parar, porque siempre es bueno capturar cada momento.