Cuando María, nombre inventado, vio cómo su pareja de entonces cogía un cuchillo en la cocina, fue el momento en que decidió poner el punto y final, llamar a la Policía. Lo hizo casi como una ensoñación. «¿Qué le vais a hacer?», preguntó a los agentes al otro lado del teléfono. «Le vamos a detener», le dijeron, ante lo que pidió, «por favor», que no lo hicieran. «Sentí tanto miedo, tanta presión que no sabía qué hacer y fue por eso que pedí esa ayuda, pero ni siquiera siendo consciente». Esa llamada ocurrió en enero. En estos poco más de diez meses ha tenido tiempo para reflexionar sobre lo que le había ocurrido en los últimos tres años.
Ella, graduada en Trabajo Social, conocía cada uno de los elementos que conforman la violencia de género, los estudió en la carrera, pero fue cayendo uno por uno, pensando que eso es lo que les pasa a los demás, sin tener en cuenta que, además, era víctima de un nuevo tipo de violencia, porque se quedó embarazada de su maltratador, tras asegurarle que no podía tener hijos.
A sus 32 años, esta víctima de violencia de género relata una historia 'moderna' de violencia de género, con una relación que empezó como arrancan muchas en la actualidad, con un mensaje de Instagram. Ella estaba en Italia, acabando el Erasmus. «Empezó a hablarme y fue como una salvación», en un tiempo de soledad para ella, en un país lejano y con el confinamiento. En los mensajes le comentaba que se conocían a través de amigos de Ciudad Real. Llegó la pandemia, la conversación siguió, hasta que pudo coger un vuelo a España y pasaron del móvil a la conversación cara a cara.
Cuando la violencia no es una desconocida - Foto: Jesús MonroyCuando llegó comenzó uno de los aspectos de la violencia de género, el llamado 'bombardeo de amor', como lo llama María. «Yo era como lo más especial que había en su vida», pero cuando llegó a Ciudad Real era como que no se podían ver. Se trata de una forma de violencia sutil, en la que se empieza a generar una dependencia. Cuando se vieron, ella sufrió «un ataque de ansiedad», de hecho, casi presionada, a hacer algo más que hablar.
«Yo veía las cosas, pero no las quería aceptar», comenta María, porque las primeras semanas de relación fueron ese juego de amor y silencios, «siempre era por algo que yo hacía» porque «no quería que tuviera mi propio criterio», en los que no solo jugaba con el enfado hacia ella, sino también con las amenazas de muerte, de que se iba a quitar la vida. Aquí entra en juego una situación de violencia que el psicólogo y director del centro de la Mujer, Julio de la Cruz, afirma que no había visto nunca. En concreto, él decía que uno de los motivos de sus enfados, sus silencios y la angustia que trasladaba a la relación era porque no podía ser padre, pero tenía una enfermedad que se lo impedía. Por este motivo, al poco tiempo, ella, que no quería ser madre, y ante la imposibilidad de ser padre de él, decidieron mantener relaciones sin protección. A los cuatro meses de empezar, ella se quedó embarazada. «Fue él quien me dijo hazte un test» y cuando salieron las dos rayas en el test, se lo tomó como lo más normal del mundo.
La relación siguió, pese a que se cumplía el sueño, con los silencios y desapariciones de él, pero ahora viviendo juntos. Luego siguieron las situaciones de tensión, voces, portazos y más silencio.
«Me fastidia mucho porque yo sabía cómo funciona el maltrato, sabía los patrones, sabía la rueda del maltrato, sabía lo del bombardeo de amor, sabía lo de crear esa ansiedad», pero fue incapaz de verlo en sí misma. «Es algo que me ha interesado siempre mucho y creo que el hecho de a lo mejor saberlo y saber que es algo tan grave te hace anularlo». De hecho, en su cabeza, durante los tres años de relación estaba que ella quería que «fuera como él se había mostrado al principio», volver a esas conversaciones de Instagram, pero no regresaron.
Fueron su familia o sus amigas las que le indicaron que algo no cuadraba en su relación. Esas frases fueron calando, y en la Navidad pasada, antes del momento del cuchillo, hizo que las situaciones de violencia fueran «escalando mucho», hasta esa escalada final que hizo quitarse «la venda» y ver lo que había en su vida, darse cuenta de que estaba aferrándose a «una versión imaginaria» de su pareja.
«He aprendido una cosa y es que puedo pedir ayuda», reflexiona María. Y también que no está sola, que era dos aspectos que en el proceso de anulación siempre había pensado. «Era lo que él me había hecho creer», diciéndole que se iba a quedar sin casa y sin custodia de su hijo. «Pensaba que no tenía ayuda, que no tenía escapatoria, que no tenía salida, que no podía hacer nada». En su situación, señala esta ciudadrealeña de apenas 30 años, hay mucha gente, amigas, «muy preparadas, muy capacitadas», que se han visto «en el mismo círculo vicioso» y que muestran que la violencia «le puede pasar a cualquier mujer, de cualquier edad, de cualquier formación».
La recomendación a quienes inician una relación como la suya, con los conocimientos sobre la violencia, con las redes de por medio, que «la primera señal, la primera cosa que les parezca rara, que no la callen». «Si te está diciendo, es que tengo muchas ganas de verte, pero luego no hace por verte», hay algo raro. Tampoco que «no es normal que tras dos días hablando con una persona te diga que eres lo que siempre ha buscado». «Quédate con los pies en la tierra y comprueba de verdad que esa persona es así», reflexiona.