Llevamos dos meses de toses recurrentes; hay quien lo achaca a los bajos niveles de vacunación, reacios como estamos a que nos metan más vacunas programadas, hay quien lo achaca a lo contrario, ávidos como estamos a ingerir sustancias que nos alivien. Lo único cierto es que nunca lo sabremos.
Reconozco que como buen hijo de médico, el que lo probó lo sabe, soy reacio a hablar de temas de salud. A fin de cuentas, la salud no deja de ser un amo dictatorial y altivo que nunca dialoga con uno. Así que soy de los que procura, en la medida de lo posible, de no tratar con lo galenos más allá de charlar con alguno que sea amigo en un bar, especulando de lo divino, aunque sea humano, y dejando lo humano a los dioses.
Andábamos en esas, pero es cierto que a veces, desgraciadamente, lo terrenal se impone, y aquel bar navideño de película ñoñideña de sobremesa, jerséis imposibles y cuernos de reno, comenzaba a metamorfosearse en un antro de capital de provincia de "Abierto hasta el amanecer" donde abundaban más los intercambios cruzados de diálogos del "Pabellón de reposo" de Cela, aderezado de alguna mirada furtiva a alguna dama de las camelias en horas bajas, que un desfile de craviottos y patakys que te reconciliara con la parte más lozana de la humanidad.
Entre tos y tos mi amigo me explica que parece ser que este año no ha habido entretiempo, y que tanto cambio brusco provoca muchos cuadros sostenidos víricos y catarrales. Si a eso le unimos la ensalada de gripe A, que parece que ahora está en plena variante virulenta llamada pirola…
Yo de pirola solo conocía la canción de Siniestro Total de Ayatollah!
Pues eso, mejor no preguntes.
Y le sumamos el coronavirus, que sigue, cual inmigrante sin papeles, su proceso acelerado y trompicado de integración a la sociedad; el afianzamiento del virus respiratorio sincitial (VRS), virus que a mayor humedad, menor temperatura y sol, como los ninis, tienden a estabilizarse y perpetuarse en los hogares, hace que la cosa se vaya inflando.
Lo que, salpimentado con la desaparición de la buena educación pandémica (a la fuerza ahorcamos), ha involucionado de la relajación al olvido, y nos ha vuelto a llevar a toser impunemente a la gente a la cara como en prepandemia.
Por todo, parece lógico que la cosa persista, aunque esperemos que no se convierta en persistente, porque the winter is coming y para permanentes y cansinos ya tenemos las tertulias y los no debates políticos.
Por tanto, paciencia y buenos alimentos, que no sobrealimentación, y mucha agua. En fin, una tristeza, pero bueno, no vaya a ser que acabemos fundando como aquellos personajes de Thomas Mann una sociedad del medio pulmón, aunque tampoco estaría mal irnos a vivir, al menos una temporada, a una montaña mágica a echar una parrafada, sin más ingenua pretensión que cambiar un poco el mundo.