Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Damocles

04/11/2024

Hablar de Damocles puede ser banal si lo que pretendemos es hacer una referencia sencilla de un personaje de la mitología greco-latina, cortesano del rey Dionisio II, tirano de la Sicilia del siglo IV que en su tiempo, aduló al rey por su riqueza y poder. Ahora bien, si nos vamos a la expresión popular de 'La espada de Damocles', la cosa cambia. Aquí, el lenguaje cotidiano nos lleva a expresar «un peligro latente o una amenaza constante para un individuo o un colectivo», sin analizar las causas que han generado tal amenaza.
Y realmente así es, cuando en esta sociedad actual que vivimos la envidia, la hipocresía y la maldad, parecen tener más campo de abono en base a unos valores empobrecidos o tal vez, desencajados de su órbita moral, generados no sé bien por qué. Sin embargo, si seguimos postulados de algunos buenos analistas observamos como hablan habitualmente de una excesiva competitividad que ha enriquecido la soberbia, el orgullo y la vanidad, frente a esa solidaridad que marcaban tiempos atrás, cuando la menor riqueza y la mayor necesidad incitaba a una solidaridad sana en buena convivencia.
Y tal vez tengan razón. 
Ahora bien, la frase «la espada de Damocles» es claramente una parábola moral, porque no se trata simplemente de que un peligro inminente puede suceder –normalmente terrible- sino que lo que parece envidiable como una vida de riqueza, de poder, de realidad, está plagada de ansiedad, terror y posiblemente muerte. La existencia de esas enfermedades que acucian al ser humano en esta sociedad moderna, llena de riesgos y de contradicciones en salud, en bienestar, en incomprensión y en malos hábitos, nos lleva a sentir ese peso constante de que no estás libre de ser tú el elegido y de que, en una vida de incertidumbre y poco solidaria, la maldad en destino o en premeditación siempre campea a sus anchas.
Y una cosa lleva a la otra. Lo cierto es que cuando algo abunda, deja de tener el sentido que merece, y si es malo, todavía ese sentido se acrecienta en su dimensión; y entonces se hace demasiado cotidiano y eso pierde bondad, solidaridad, comprensión y sentimiento. Y cuando alguien –sin escrúpulos- contesta «se lo habrá ganado», «no le viene mal» o «tenía que pasar», aprecias que la vida ha cambiado tanto que ya no importa convivir sino resistir. Ahora, los amigos actuales son para almorzar, tal vez, envolverte en los juegos de azar, para criticar al resto del colectivo o para recordar «premios de juventud» –en su mayor parte, fruto de la hipocresía- ¡Difícil camino para los que estamos y sobre todo, para los que vienen detrás!