"Mis lectores me demandaban en las redes un nueva obra"

Diego Farto
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El escritor toledano presentará en Ciudad Real, el 28 de noviembre, la cuarta novela de la serie La raya del infinito, titulada 'Maquila'

Rafael Cabanillas - Foto: La Tribuna

Nacido en El Carpio de Tajo (Toledo) es maestro y viajero. Contesta a esta entrevista entre Cádiz y las Canarias mientras recorre distintos lugares para presentar su cuarta novela de la serie La raya del infinito, titulada Maquila. En Ciudad Real lo hará el 28 de noviembre, a las 19.00 horas, en el Convento de La Merced.

¿Qué le impulsó a seguir ahondando en la vida de los Montes de Toledo?
Una cultura ignorada, silenciada, olvidada... que jamás apareció en los libros y, sin embargo, de un valor extraordinario que tenía y tiene todavía muchísimo que contar. Una fuente narrativa de riqueza inagotable. En mi novela Enjambre, un pastor dice: «Vivimos sobre una tierra que apenas nos da de comer, pero si escarbas un poco hay oro, minas de oro». En el sentido de que valoramos lo foráneo y despreciamos lo propio. Si el oro no brilla, no lo vemos.

El valle en el que se desarrolla la trama es ficticio, ¿qué otros valles alimentan su realidad literaria?
En Maquila, el valle se llama Navatrasierra, como podía llamarse Valhondo, Vallerosal, Valdelobos, Valdelinces o Valinfierno... Porque otro de los grandes tesoros de esta cultura es la belleza de la toponimia, a través de la cual el hombre expresa sus emociones, sus amores y sus miedos. Esos valles cuajados de encinas, alcornoques, quejigos y niebla son mi inspiración. Y, sobre todo, las gentes que los pueblan.

Un elemento llamativo de la obra es un molino de río. ¿Cuál es su valor en la novela?
El molino representa la gran metáfora de la novela, una alegoría. El viejo molino que se destruye como el tiempo destruye la vida, y su reconstrucción, con esas sus ruedas que deben volver a girar como símbolo de los ciclos, para reconstruir la existencia.

¿Qué personaje tiene esta vez el papel de motor literario?
Es un joven bibliotecario llamado Manuel que trabaja en la Biblioteca Nacional y que hereda de su abuelo Maquila un molino de agua, un molino harinero semiderruido, en la orilla del río Guadamejud y que el joven va a reconstruir a lo largo de 20 años. Su madre, de la que cuida, envejece, su amigo pastor, el tío Justo, envejece, y, sin embargo, el decrépito molino va resucitando a la vida.

Sus obras han generado un movimiento de lectores ávidos de conocer sus escenarios con las rutas Quercus y Enjambre, ¿cómo ha reaccionado este público a Maquila?
Soy un escritor muy afortunado, dichoso y feliz. No creo que la satisfacción de Sonsoles Ónega al ganar el Planeta sea mayor que la mía con todos esos lectores recorriendo las Rutas Literarias Quercus (Navas de Estena) y Enjambre (Anchuras) en busca de las huellas de los personajes de mis libros. Por cierto, lo anuncio en primicia: ¡Habrá ruta literaria Valhondo (Robledo del Buey, Toledo)! Pues así lo ha comprometido el alcalde de Los Navalucillos al comprobar el tirón y el aprovechamiento de las otras dos rutas citadas, social y económicamente, luchando contra el abandono y la despoblación. Mis lectores, que ya son muchos miles, me demandaban, a través de las redes sociales, una nueva obra. Y ahí está Maquila. Diferente a las anteriores, en el mismo espacio, pero haciendo incursiones muy interesantes a la gran ciudad. Estoy muy contento con el resultado. Tu compañero periodista Javier Ruiz, de Onda Cero, ha dicho que Maquila es lo mejor que he escrito en mi vida y otras 'lindezas' que me da vergüenza repetir.

Otro de los elementos de la serie es el paso del tiempo, pero, ¿cómo han cambiado esos pueblos de los Montes de Toledo a lo largo de las décadas?
La novela Valhondo (Robledo del Buey) cuenta la historia de un maestro rural a principios de los 80. La escuela no tenía baños porque el pueblo no tenía agua corriente. Ya te puedes imaginar el resto. La escuela unitaria tenía 25 chavales. Hoy esa aldea está irreconocible. Para los castellanomanchegos, la autonomía política fue una bendición, antes era todo olvido y centralismo. Con los gobiernos autonómicos se avanzó mucho, aunque queda por hacer. Pero el problema ahora es otro. Mira qué paradójico: aquella vieja escuela de 25 muchachos se derrumbó y construyeron una nueva, moderna, preciosa... ¿Sabes cuántos alumnos tiene? ¡Ninguno! No hay niños. Escuela vacía por la despoblación. Ese es el gran cambio y de tan complicada solución.