Lo quieren reducir al bulo cuando nos mienten en nuestra cara. Se han inventado lo del fango para desviar su propia basura. Y, mientras tanto, se desprestigia un oficio que tiene entre sus obligaciones más destacadas fiscalizar al poder, no al revés. Ya no cuela lo de mezclar los comentarios que saltan sin control en las redes sociales con las informaciones rigurosas que publican los medios tradicionales. Esto es serio, señores. No confundan al personal, que es casi lo mismo que tomarles por idiotas. Todo forma parte de una estrategia política que no es de ayer ni de antes de ayer. Se trata de desmochar poco a poco cualquier segmento de la población con cierta capacidad de influencia. Los médicos de hoy no tienen el reconocimiento social del que gozaban hace no tantos años. Se ha llegado a un punto en el que los que se preocupan por el bien más preciado de cualquier persona son agredidos en sus consultas. Los profesores, ni te cuento. Perdieron el tratamiento de don, les quitaron la tarima y seguidamente el respeto. Antes acudía un padre a hablar con un docente a una tutoría rutinaria y, si el alumno era un vago redomado, se volvía a casa con la cabeza gacha hasta que la subía en casa para increpar a su vástago. Ahora el que tiembla es el profesor, porque el alumno jamás será responsable de nada, y mucho menos sus padres.
Volviendo al oficio al que nos llevamos dedicando desde hace unos pocos años. Algo está fallando cuando se tiene que recurrir con frecuencia a la lírica, a García Márquez y a todos los que lo defendieron con argumentos irrebatibles. Ocurre lo mismo con el mundo de los toros, cuando hay que tirar de Lorca, de Ortega y de los artistas que no se arrugaron ante las embestidas contra la Fiesta. Cuando lean esas citas en modo cultureta, que el sector se empiece a preocupar porque algo falla. Tiren del presente y déjense de pasados que nunca volverán.
En el caso del Periodismo, ni los más viejos del lugar recuerdan un ataque tan ordenado, lo cual debería llevar a abrir una profunda reflexión, no sobre lo que pretenden que se cambie, que todo pasa por un seguidismo sin ningún tipo de análisis crítico contra los que nos gobiernan hoy y los que pueden hacerlo en un futuro. Esa enmienda necesaria requiere dotarse de herramientas que permitan cuestionar al poder sin temor a que te lleve por delante. Implica una responsabilidad con lo que se publica y se dice, no sólo en el ámbito de la política, que es lo que realmente menos interesa a los ciudadanos.
Esta semana he charlado sin prisa con uno de los oncólogos más prestigiosos de toda España. Javier Román lleva ejerciendo la medicina durante cuatro décadas y en los últimos 25 años ha desarrollado -con gran reconocimiento- la especialidad de Oncología. Hablamos sobre la importancia de que los medios de comunicación se impliquen en divulgar la prevención. Como una necesidad imperiosa que salva vidas. Y afrontamos una cuestión que, personalmente, me inquieta desde hace tiempo. Con cierta frecuencia nos hacemos eco de investigaciones de universidades, de ensayos clínicos de entidades públicas o privadas que, indefectiblemente, generan una gran esperanza en los pacientes que tienen cáncer y en sus familiares. Dependiendo de la capacidad influenciadora del laboratorio, la entidad docente o la institución que esté detrás de ese avance, su difusión es mayor, aunque estemos ante un paso de escasa trascendencia. Y todo por pretender mantener la financiación a través del sponsor de turno. Es aquí donde se debe reforzar el control informativo y activar todas las cautelas. Noticias que generan unas expectativas infundadas que después hunden a los enfermos en una frustración mayúscula. Exigencias de este tipo son las que hay que reclamar a los medios. Vayamos a lo vital y dejémonos de las desviaciones interesadas, que lo de los bulos solo se lo traga ya una parroquia cada vez más pequeña.