La llegada de los vehículos a motor supuso una revolución socio-económica de una índole con pocos precedentes. Los primeros automóviles que aparecieron eran impulsados principalmente por motores a vapor y eléctricos. Sin embargo, pronto llegaron los motores de combustión interna, que se convirtieron en la opción preferida debido a su mayor eficiencia y facilidad de uso.
A medida que el automóvil se fue popularizando, la necesidad de un servicio de suministro de combustible para esos nuevos vehículos a motor se hacía patente. La aparición de las gasolineras fue un hito trascendental en la historia de la movilidad y el transporte. Antes de su llegada, el abastecimiento de combustible para los vehículos era una tarea compleja y, a menudo, tediosa. El surgimiento de estas estaciones de servicio cambió por completo la forma en que la sociedad interactuaba con los automóviles.
Los primeros automóviles que circularon por Ciudad Real, en la primera mitad del siglo XX, se abastecían de gasolina a través de los dos surtidores o bombas de gasolina que existían. Uno estaba instalado a la entrada del parque de Gasset junto al actual museo del Quijote. El otro, en las inmediaciones de la Puerta de Toledo. Ambos funcionaban a mano con un sistema de manubrio y expedían cinco litros.
De gasolinera a hotel - Foto: Rueda Villaverde Así estaba la cosa cuando en 1945, coincidiendo con un destacado progreso social y económico de la ciudad, la familia Morales Malagón tomó la decisión de hacer una apuesta empresarial y construir una moderna gasolinera que diera respuesta a la demanda que había en ese momento. Se construyó en unos terrenos existentes al final de la calle Bernardo Balbuena, entre la ronda de Alarcos y la carretera de Puertollano y Piedrabuena, frente al actual colegio Jorge Manrique. El nuevo y curioso edificio fue proyectado por el arquitecto municipal José Arias Rodríguez-Barba, quien lo diseñó inspirado en las nuevas tendencias constructivas del movimiento racionalista español.
La edificación proyectada por José Arias destacaba por una amplia marquesina que sobrevolaba el espacio destinado a dispensar el combustible, descansando sobre dos potentes pilares de hormigón. La marquesina se encontraba anexionada a un edificio de cuatro alturas. En su parte baja se encontraba la caseta de venta y el resto acogía oficinas de distintas empresas y organismos oficiales.
En los últimos años de la década de los 70, tanto la gasolinera como las oficinas que contenía el edificio dejaron de tener actividad. Después de varios años sin función alguna, todo el conjunto arquitectónico fue vendido y demolido en 1983. Sobre el solar resultante se construyó un moderno hotel de nueva planta que venía a reforzar la escasa oferta hotelera de la ciudad.
El nuevo hotel, inaugurado en 1984, llamado Almanzor, en alusión al emir almohade que capitaneaba las tropas islámicas en la batalla de Alarcos, era una edificación de tres alturas que contaba con 66 habitaciones, todas ellas insonorizadas y climatizadas. Así mismo tenía un esmerado servicio de cafetería y restauración. La plantilla del personal estaba compuesta por 22 personas.
Actualmente, el hotel Almanzor lleva unos años cerrado, en espera de un nuevo proyecto que lo ponga en valor.