Puigdemont sube la apuesta. La humillación a la que el expresidente de la Generalidad, prófugo de la Justicia, somete a Pedro Sánchez no tiene precedentes. Le tienen cogidas las vueltas. La cara que mostraba el presidente del Gobierno en el pleno del Congreso tras anunciar Junts que votaría en contra de la proposición de Ley era la de un hombre hundido. Alguien a quien le faltó coraje para subir a la tribuna a defender el engendro que él mismo ha prohijado aceptando los sucesivos cambios en el redactado del texto que habían impuesto los asesores de Puigdemont, el prófugo y principal beneficiario de una ley a la carta que tampoco tiene precedentes.

Puigdemont no se fía. Recela de los jueces que investigan los presuntos contactos de los separatistas con agentes del Kremlin en vísperas de la proclamación unilateral de independencia y también los graves incidentes que siguieron a la publicación de las sentencias de los encausados por el golpe procés. Reclama más amnistía. Ampliar el registro de impunidad que apareja la ley a nuevos supuestos que hasta ahora no había promovido la alarma de quienes le están asesorando: un posible delito de terrorismo relacionado con su presunta relación con Tsunami Democrátic y otro de traición -artículo 592 del Código Penal- que castiga con penas de cuatro a ocho años a los que "comprometan la dignidad o los intereses vitales de España manteniendo inteligencia o relación de cualquier género con Gobiernos extranjeros o con sus agentes". La sombra de la investigación abierta en Barcelona sobre la presunta trama rusa con Junts.

Al ordenar el portazo a la tramitación de la proposición de Ley, el prófugo ha revelado que no se fía de Sánchez y como le conoce y le sabe capaz de todo con tal de seguir en La Moncloa confía en que pida lo que pida, bajará la cabeza y tragará. Puigdemont subirá la apuesta y Sánchez tragará. Este es el triste sino de este tiempo.