La profesión de músico de orquesta siempre ha estado relacionada con la movilidad y la necesidad de desplazarse a otros países. Esto es así desde muy antiguo y podemos ver cómo los músicos italianos se desplazan a las cortes del norte de Europa durante el período barroco, o cómo los músicos flamencos, o los españoles, hacen lo propio siguiendo a sus patronos o, simplemente, buscando mejores condiciones para su trabajo. Bach trabajó en varias ciudades europeas, Mozart tuvo que dejar Salzburgo para instalarse en Viena, igual que ocurriera con Beethoven, que llegó a la capital austriaca después de dejar Bonn, donde nació. Chopin abandonó Polonia para establecerse en París, donde coincidió con Liszt, que había nacido en Hungría… la movilidad es algo consustancial a la profesión de músico de orquesta, compositor o director. Sin embargo, en el caso de los jóvenes músicos españoles, esta movilidad es, a todas luces, excesiva. Un dato: en la actual formación de la Joven Orquesta de la Unión Europea (EUYO), una de las más prestigiosas de este tipo con una durísima y exigente prueba de acceso, este año podemos contar a 32 españoles y españolas entre sus 150 integrantes, lo que representa un poco más del veinte por ciento de esta formación. Esto nos indica que la preparación de los jóvenes músicos españoles es extraordinaria y que el funcionamiento del sistema de enseñanza musical español está entre los mejores de Europa, o quizá podríamos decir que es el mejor de todos los europeos, atendiendo a los resultados… Sin embargo, el número de plazas disponibles en nuestro país para músicos de orquesta es pequeño, lo que obliga a muchos jóvenes a plantearse la emigración como única salida.
No parece tener sentido que España sea capaz de formar muchos de los mejores músicos de Europa y, al mismo tiempo, sea incapaz de retener buena parte de este talento dentro de sus fronteras, para nuestro disfrute y desarrollo cultural. Algo falla en un planteamiento que consigue formar músicos excelentes y luego los abandona a su suerte, obligándolos a pasearse por las diferentes orquestas europeas que, cada vez más, cuentan en sus formaciones con un abultado número de músicos españoles.
Parece evidente que debemos hacer lo posible por retener todo este talento y una forma de hacerlo es establecer circuitos y temporadas permanentes que faciliten la estabilidad de las orquestas existentes, ya que, en nuestra comunidad, desgraciadamente, no existe una orquesta sinfónica de titularidad pública. Asimismo, es necesario garantizar una estabilidad mínima para que los jóvenes que año tras año acaban los estudios profesionales en los conservatorios decidan quedarse junto a nosotros. Es también necesario felicitar a los jóvenes músicos españoles y a sus profesores, que desempeñan un magisterio de excelencia en los conservatorios.
En definitiva, es imprescindible exigir a los responsables culturales que establezcan las medidas necesarias para absorber todo este talento y evitar que sean otros quienes disfruten de lo mejor de nuestra juventud, representada en el talento de nuestros jóvenes músicos.