Donald Trump dio el viernes ante Volodímir Zelenski la patada definitiva al tablero de la geopolítica global. El desplante matonista y la humillación pública a la que fue sometido el presidente ucraniano rompieron cualquier norma básica de diplomacia y dinamitan de forma abrupta el orden mundial conocido desde la guerra fría. En el mundo patas arriba de Trump, su afinidad con Putin y sus desprecios constantes a la Unión Europea, fuerzan al Viejo Continente a replantearse la relación transatlántica y su papel internacional. Depende solo de Europa ahora asegurarse de que los ucranianos puedan negociar la paz desde una posición lo más fuerte posible, no desde la debilidad a la que les castigó la emboscada de Trump, haciendo suyo el relato del Kremlin.
Demasiado cómoda durante décadas bajo el paraguas de la OTAN, Europa no puede seguir siendo espectadora pasiva mientras su propia seguridad está en riesgo. Si no se le para los pies a Putin, no sabemos qué país será el siguiente. Si alguna vez hubo un momento para asumir su papel como actor autónomo es ahora o nunca. Ante el desgarro con Estados Unidos, si no fortalece su autonomía estratégica, acelerando la integración en defensa y apostando por una política exterior unificada, quedará a merced de los vaivenes de líderes y potencias cada vez más impredecibles. Es la Unión Europea quien tiene la obligación moral de asumir el rol de garante fundamental de un orden internacional basado en normas, no en caprichos. Si no actuamos hoy, mañana podría ser demasiado tarde para evitar que los valores que defendemos se resquebrajen sin remisión. En Bruselas no pueden seguir permitiéndose el lujo de la indecisión. Lo ocurrido en Washington es un espejo que refleja sus propias vulnerabilidades: una voz fragmentada y diluida y una dependencia estratégica que otros explotan.
La espontaneidad y determinación de las reacciones en apoyo al presidente ucraniano, incluida la cumbre de Londres, han proyectado por primera vez un halo de esperanza. Sin embargo, la nueva soledad estratégica obliga a pasos más ambiciosos, encaminados a acelerar la integración militar, consolidar una diplomacia audaz y priorizar la autonomía energética. Si el proyecto europeo aspira a erguirse como faro principal del nuevo mundo libre y estar a la altura de la dignidad de Ucrania deberá asumir esfuerzos y sacrificios. ¿Estamos preparados? La carga puede ser más difícil de soportar de lo imaginable hasta ahora. Por supuesto, también para España, a quien Trump y la propia OTAN apuntan para que aumente su gasto en defensa. Pedro Sánchez, aparte de buenas palabras y apuntarse a todas las fotos, debería empezar a contarnos cómo piensa hacerlo.