Se acaba de publicar el último informe del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, un trabajo global que cruza datos de más de 100.000 encuestas en cerca de 50 países. La llamada «fatiga informativa», que empezó siendo una anécdota de tiempos pospandémicos, no solo no ha remitido, sino que se ha convertido en uno de los problemas más graves para editores y periodistas. Como si tuviésemos pocos.
El 39 por ciento de la muestra de Reuters asegura sentirse «agotada» por la cantidad de noticias en circulación, un 28% más que en 2019. La sobreabundancia de contenido está consiguiendo alejar al público de medios y redes. Pero no porque haya pocas noticias, sino porque hay demasiadas y muy poco nutritivas. Es la paradoja de siempre: cuando se produce una inundación, lo primero que escasea es el agua potable.
La saturación informativa no solo agota a la gente, sino que también fomenta que se eviten selectivamente ciertas noticias. El 39 por ciento admite que hace lo posible por no informarse de aquellos temas que les cansan, agitan o deprimen. Las razones son variadas, pero consistentes: la naturaleza repetitiva y negativa de las noticias, junto con una sensación de impotencia y ansiedad ante eventos como guerras, desastres y polémicas políticas.
Hay medios que están haciendo esfuerzos para combatirlo. La BBC, por ejemplo, ha decidido tratar de producir menos información de actualidad y más artículos, videos y audios destinados a satisfacer las «necesidades del usuario». Otra de las recomendaciones de los grupos de trabajo que estudian el problema pasa por ofrecer más información de contexto que sirva para explicar las cosas. Y menos noticias que aceleren esa sensación de ruido, politización y aturdimiento.