Agricultor, casado y con tres hijos, posee una explotación familiar en su localidad natal, La Puebla de Almoradiel (Toledo). Está al frente de la Cooperativa Nuestra Señora del Egido y la cooperativa de segundo grado Baco. Ángel Villafranca es un hombre que conoce a la perfección la realidad del sector terciario y del movimiento cooperativista, y con ese importante aval preside en la actualidad Cooperativas Agro-Alimentarias de Castilla-la Mancha y también este mismo organismo en el ámbito estatal. En la región están contabilizadas 456 cooperativas, de las que 101 se encuentran en la provincia de Ciudad Real.
¿Cómo se despedirá 2023 para las cooperativas de la región?
Este año ha estado caracterizado principalmente por la climatología, que ha sido muy negativa para prácticamente todos los sectores. Principalmente por el efecto de la sequía y las altas temperaturas, con periodos prolongados sin la lluvia, que ha sido poca e irregular. También hubo granizo en zonas aisladas.
¿El cambio climático?
Históricamente, hemos padecido sequías, y la sequía del año 95 fue todavía mucho más severa que ésta. Pero, al margen de la lluvia, la elevación de las temperaturas sí es una realidad. Nosotros vemos cómo año tras año la temperatura va subiendo y eso afecta a todos los ciclos y a todas las estaciones, climatológicamente hablando.
No se trata de ser negacionista o ser proactivo, sino de constatar una realidad, aunque la Tierra tiene millones de años y evidentemente nosotros siempre nos referimos a ciclos muy cortos, ciclos de 5, 10, 20 o 100 años, desde que tenemos datos fiables. A mí no me gusta llegar al dramatismo sobre el cambio climático como algo a lo que hay que agarrarse, creo que la evolución de nuestro planeta tiene millones de años y evidentemente nosotros estamos viviendo una pequeña fracción de ese tiempo y no podemos condicionar todo a esa fracción.
¿Qué más condicionantes ha tenido el sector este año?
Yo destacaría la gran incertidumbre que nos han generado los aspectos geopolíticos. La pandemia nos cambió nuestra forma de concebir la vida o los negocios, y a partir de ahí nosotros sufrimos un incremento de costes, principalmente energético, pero que al final repercute en todo. Luego eso se vio alterado por la incertidumbre de la invasión y de la posterior guerra de Rusia con Ucrania, y en este momento estamos viviendo lo que está sucediendo en Oriente Próximo, con Israel y Palestina, y la tensión que hay en China y cómo está influenciando también en los mercados. La globalización, tal y como la veíamos como una libertad de mercados y una libertad de transacciones económicas, ahora mismo está más que en entredicho. Nuestras cooperativas son netamente exportadoras y todo esto les está afectando.
Y con este panorama, ¿cuál es la salud actual de las cooperativas?
Nosotros somos empresas de aquí, de la tierra, y evidentemente somos el reflejo de la sociedad, no estamos al margen de ella. Nuestra salud la definiría como buena o muy buena para las circunstancias en las que algunas veces nos toca vivir. Estamos en el medio rural, estamos en unas zonas donde no todas las cooperativas tienen un pueblo grande o una medio ciudad grande en su entorno. Algunas de ellas tienen prácticamente pueblos con muy poca población, por no decir casi deshabitados. Creo que como empresas de economía social de aquí, de la tierra y pegadas al territorio, la salud es buena. Eso no quiere decir que no tengamos cuestiones pendientes de afrontar.
¿Cuestiones como cuál, mirando ya a 2024?
Tenemos que adaptarnos a la sociedad donde vivimos y si nuestras cooperativas son empresas, pues tenemos que ver qué hacen las empresas. Necesitamos seguir ganando en dimensión, sin dejar de dar servicios o tener próximo a tu localidad el centro donde tienes que dispensar tu actividad. Tenemos que ser imaginativos en las formas para ganar esa dimensión y para poder posicionarnos en los mercados.
Y hay otro reto, que es la incorporación de jóvenes a la actividad agraria, ganadera, a la actividad de nuestras cooperativas. Creo que es un reto muy difícil, casi imposible. Nuestros socios se hacen mayores y no hay ese relevo.
En diez años muchos agricultores y ganaderos se jubilarán y ese relevo generacional se hace urgente. ¿Tan difícil considera este reto?
Hay dos aspectos a valorar. El primero es que España tiene un problema de natalidad, de envejecimiento de la población, al igual que la Unión Europea. Y luego tenemos la segunda parte, que es que en este momento la agricultura y el mundo rural no es lo atractivo para el joven que podía ser en otro momento. ¿Por qué? Porque en las ciudades hay otros atractivos y al mismo tiempo está la rentabilidad de las explotaciones. No se trata de llorar, sino que realmente hay un escenario donde ahora mismo los jóvenes no encuentran esa rentabilidad que puede haber en otros sectores, y las condiciones de trabajo laborales son mucho más duras.
La incorporación de la mujer al sector ha supuesto un valor añadido los últimos años. Las socias de cooperativas ya alcanzan el 29%, y el 11% en los consejos rectores.
Podríamos decir que la incorporación de la mujer en cooperativas agroalimentarias es un reto, pero creo que hoy ya es una realidad. Llevamos trabajando en ello desde la organización en los últimos años y lo podemos constatar. Ellas van a ser parte de la solución del problema del relevo generacional.
Independientemente del porcentaje de su presencia en las explotaciones, que sigue siendo inferior todavía a ese 50%, que sería el ideal, yo creo que se ha ganado mucho en estos años, porque hay que contar un poco con la calidad de las personas que van avanzando y van tomando ese reto.
¿Sin cooperativas se corre el riesgo de que algunos pueblos pequeños desaparezcan?
Ese es el riesgo que estamos corriendo. Se hacen campañas de lucha contra la despoblación, pero hay que dejar claro hacia dónde caminamos y ver si lo que estamos trabajando lo hacemos en la línea correcta y adecuada. Hay que legislar en favor de las zonas donde hay menos población y luego, por encima de todo, hay que darle los servicios que corresponden, como internet, una tienda cercana, un colegio, un sitio para el ocio, o buena comunicación con las ciudades. Nuestra gente debe tener beneficios, tanto fiscales como de cualquier otro tipo.
¿El cooperativismo sigue siendo atractivo para el agricultor?
Las empresas que aspiran a llegar a sus potenciales consumidores sí están en ese camino y tienen interés en los procesos de fusión. Pero no siempre se toman las decisiones adecuadas por algunas empresas. Hay que ir dando pasos en ese camino, para que se consoliden. Desde nuestra organización, siempre hemos luchado por ello y agradecemos, sinceramente, a nuestra Consejería que tenga herramientas a disposición de nuestras cooperativas.
¿Por qué el trabajador del campo debe unirse en cooperativas?
La razón es muy clara. Las empresas cooperativas son la forma más directa que tiene cualquier agricultor de que el 100 % de los beneficios obtenidos por la comercialización de sus productos le van a repercutir a él. En las cooperativas los beneficios que se obtienen se redistribuyen entre los socios y, en muchas ocasiones, esos beneficios también se redistribuyen en el ámbito rural, que son esos beneficios que son intangibles y que no se ven directamente, pero que al final repercuten en el pueblo o en la comarca donde está implantada.
El vino sigue siendo el producto estrella de las cooperativas. ¿En qué momento se encuentra el sector?
Estamos con un escenario un tanto preocupante por la inflación. Los consumidores, a la hora de llenar la cesta de la compra, tienen que priorizar un producto sobre otro, y el vino no es un producto de primera necesidad. Pero, en conjunto, diría que nuestra región avanza mucho y, además, tenemos una buena oportunidad. Seguimos produciendo muchos vinos blancos y, en este momento, es lo que el consumidor, de forma mundial, está demandando más, con lo cual tenemos un futuro a corto plazo interesante.
Y con respecto al aceite, ¿de qué manera está repercutiendo al cooperativista la escalada de precios del aceite?
El incremento de costes, sumado a una sequía y unas condiciones climatológicas negativas, hace que las producciones vayan menos, y si hay menos agricultores va a haber menos producción, por lo que el producto sale a un precio más elevado. Es una cuestión que en economía básica, que es la ley de la oferta y la demanda. Hay un problema de falta de aceite porque, principalmente, no hay lluvia y no se han hecho políticas de gestión de agua para los olivares en España.
En cuanto a cómo afecta, pues el agricultor que ha transformado su aceituna en aceite en una cooperativa ha visto cómo esa retribución que ha recibido por sus kilos de aceituna se ha elevado porque se hacía conforme se ha ido comercializando el aceite. Nuestros agricultores, en función de que puedan aportar agua a sus olivos o no, en función de que tengan un olivar más tradicional, van a tener un poco más de rentabilidad o un poco menos.
El agua vuelve a ser la clave. ¿Echa de menos unas políticas más contundentes en este sentido?
Creo que sí. Es nuestra asignatura pendiente. Si hay una elevación de temperaturas y los ciclos de sequía van a ser más prolongados, pues tenemos que estudiar fórmulas para que el agua que haya en el subsuelo o que nos llueva, podamos utilizarla, usarla, o bien mediante captación o bien mediante almacenamiento. Y esas políticas tienen que venir diseñadas desde el Estado, como mínimo. No puede haber políticas aisladas. La agricultura no consume agua, la utiliza, la devuelve al entorno y una parte la convierte en alimentos. No estamos degradando ni nada que se le parezca. Una buena política de aguas para los agricultores sería uno de esos retos importantes para 2024 y en adelante.