El 25 de noviembre se conmemoran 64 años del asesinato de las tres hermanas Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa) por el régimen de Trujillo 'el chivo', 'el chapitas'… ese dictador sanguinario que hizo de la Republica Dominicana su cortijo entre 1930 y 1961.
Un asesinato político enlodado de resentimiento de género que desembocó en apaleamiento hasta la muerte, ahorcamiento con pañuelo de seda incluido, disfrazado de burda simulación de accidente de tráfico que nadie se tragó.
Tres hermanas, la cuarta luchó toda la vida por demostrar que aquello no fue un accidente, esposas de otros tres activistas y madres de cinco niños, que fueron perseguidas, encarceladas, violadas, torturadas y maltratadas, en piel propia y ajena, hasta el ineluctable desenlace.
Mujeres que simbolizan una gallardía y valentía a prueba de cualquier escarnio o ninguneo público o privado, y que se resume en la lapidaria frase atribuida a Minerva, solo al alcance de aquellas personas, más allá de eslóganes fugaces y precarios de Mister Wonderful que, intuyendo su muerte, en su suprema dignidad y generosidad, saben que la muerte no siempre es el final: "si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte".
En el tiempo de las mariposas, Julia Álvarez novela su historia con escenas conmovedoras, como aquella fiesta de gala diplomática en que Trujillo le tira soezmente los trastos a Minerva con el telón de fondo de la grotesca impunidad del poderoso depredador, también sexual, que simboliza al tirano ante la inacción babosa y rijosa de su cohorte de títeres y consentidores patrios e internacionales.
Vargas Llosa en su novela, epígono de las novelas de dictador, La fiesta del chivo, también las cita, aunque se centra más en el asesinato y en la terrible historia de la hija de un colaborador de Trujillo, Urania Cabral, que es también un bestial relato de violencia sexual:
«Toda la República Dominicana se enteró de aquella matanza de la manera veloz y misteriosa en que las noticias circulaban de boca en boca y de casa en casa y en pocas horas llegaban a las extremidades más remotas, aunque no apareciera una línea en la prensa y muchas veces aquellas noticias transmitidas por el tam tam humano se colorearan, enanizaran o agigantaran en el recorrido hasta volverse mitos, leyendas, ficciones, casi sin relación con lo acaecido».
Si las hermanas Mirabal levantaran la cabeza posiblemente se quedarían sorprendidas por haber pasado al imaginario colectivo como fundamento del "Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer", ya que seguramente ellas se veían como unas luchadoras más contra un dictador, y porque seguro que, paradójicamente, además tuvieron que sufrir desprecio y acoso, no solo por oficialistas, sino también por los propios revolucionarios… pero ciertamente la posteridad tiene curiosas maneras de vengar la memoria de sus heroínas, y bien está así.
En Toledo hoy hay un acto en conmemoración de esta lacra que tradicionalmente solía venir precedido de una marcha que parece ser se ha suspendido por unas obras…
Reconozco que desconozco, y francamente me dan pereza, las intrahistorias que alimentan roces, desencuentros y ausencia de unanimidad en la organización de paradas y eventos en temas tan unánimes para el grueso la sociedad como este.
Pero permítanme opinar que me parece altamente dudoso que las razones sean tan insalvables y poderosas que se impongan al fondo que fundamenta estas reivindicaciones.
Más de 750 millones de mujeres que viven actualmente en el mundo se casaron siendo niñas. Convendremos en que ninguna mujer u hombre en su sano juicio, sea socialista, popular, podemita, de Vox, nacionalista, animalista o que atesore un profundo desdén por la política o los políticos… quiere que su hija, hermana, vecina o amiga sea una de ellas.
Quizá deberíamos simplemente, como sociedad, fijar en este día una hora, un sitio y que fuera colores, pancarteros y siglas la sociedad rinda tributo. No sé si a las Mirabal así les habría gustado y ciertamente nunca lo sabremos.
Hay ciertas cosas que debieran estar por encima de esa lacra que ahora nos ha dado por llamar 'dominar el relato' y que no es más que una sutil y mezquina forma de tratar de imponerlo. Respetémonos a nosotros mismos. Respetemos su memoria y demos protagonismo a quien realmente lo merece.