Situada en la zona meridional, en la confluencia de los ríos Bug e Inhul, Nicolaiev (Mykolaiv) es una de las principales ciudades de Ucrania y fue objeto de repetidos bombardeos con municiones de racimo durante los primeros días de la invasión rusa. Unos ataques que dañaron casas y edificios civiles y se cobraron la vida de casi una decena de civiles. Valentina Kapeliukha, que vivía en esta localidad con sus padres y sus dos hermanas, escapó del horror de la guerra, sólo unas semanas después, en la primavera de 2022, llegó a Granada como refugiada y hoy reside en Ciudad Real, donde estudia inglés y alemán en la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM). En su país de origen también estudiaba idiomas, incluido el español, por lo que «la adaptación ha sido muy sencilla».
Separarse de la familia no fue una decisión fácil, pero finalmente dio el paso. Sus padres se negaban a abandonar su hogar, su ciudad natal, ocupada en la zona oeste por las tropas rusas, al igual que la vecina Jersón. La intensidad de los ataques ha caído en relación con los primeros días del conflicto y aunque siguen saltando las alarmas aéreas, la gente ya no se esconde en los sótanos o búnkeres: «Aunque es horrible, se han acostumbrado». En su salida de Ucrania también tuvo mucho peso su juventud y su futuro profesional. Valentina, de apenas 20 años de edad, quiere hacer de la traducción su profesión y las perspectivas a corto y medio plazo en su país no son demasiado halagüeñas. «Los salarios son muy bajos y los productos cuestan un ojo de la cara», enfatiza.
«No lo pueden entender». Al recordar los primeros días de la guerra no puede reprimir las lágrimas: «Veíamos las noticias en la televisión e internet, pero no creíamos que Rusia iba a dar ese paso; el Gobierno de Ucrania lo sabía y estaba preparado, pero los ciudadanos no, y fue terrible. Se lo intento explicar a la gente, pero no lo pueden entender porque no estaban allí. Había visto películas, pero nunca podía imaginar algo así». El pasado mes de julio regresó por primera vez a su ciudad natal para ver a su familia y amigos, «unos días agradables» junto a los suyos en los que pudo corroborar las dificultades que tendrá el país para recuperar su actividad normal en los próximos años.
Valentina, que mantiene un contacto diario con su familia, no es optimista sobre una rápida resolución del conflicto: «Nuestro presidente, Volodímir Zelenski, no quiere firmar un tratado de paz que suponga la pérdida de territorio ucraniano en favor de Rusia. No sería justo, porque Rusia ya es lo suficientemente grande, qué quiere más, por qué, para qué». Tampoco parece que Vladímir Putin vaya a dar su brazo a torcer fácilmente. Considera, por otro lado, que la posible entrada de Ucrania en la Unión Europea -una aspiración previa al conflicto armado- sería «una buena noticia para el país», pero cree que este proceso «también irá para largo». «Estamos en medio de una guerra y tenemos muchos problemas que resolver antes», subraya.
Y apunta directamente, en este sentido, a la «corrupción política», acrecentada durante el conflicto bélico, según la joven estudiante de idiomas, con los recursos económicos procedentes de otros países para armamento y productos de primera necesidad. «La gente sale a la calle y grita que el dinero sólo es para los militares, pero realmente no pueden hacer mucho más», apostilla.
Valentina se muestra agradecida por el apoyo diplomático, económico y armamentístico que Estados Unidos y la Unión Europea están prestando a su país para resistir las embestidas del ejército del Kremlin, con especial mención a España, el país que la acogió en 2022 junto con otros muchos refugiados. Precisamente, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibió en la Moncloa a un grupo de ucranianos, entre los que se encontraba nuestra protagonista. Un encuentro en el que charlaron sobre la guerra, sus localidades de origen y el incierto futuro que tenían por delante.