Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Por qué el 10 de junio las elecciones europeas habrán quedado olvidadas

04/06/2024

Entiendo que si a mí, que más o menos vivo de esto, me interesa muy relativamente el resultado de las elecciones europeas de este domingo, a la mayor parte de quienes esto lean seguramente les apasionarán aún menos unos comicios convocados acerca de Europa pero en los que Europa ha estado sistemáticamente ausente y, en cambio, en los que la confrontación entre las formaciones partidistas ha estado demasiado presente. La bronca puede que interese inicialmente como espectáculo, pero sin duda llega un momento en el que aburre. Y yo comprendo que esté usted aburrido de las cosas que a los cronistas no nos queda otro remedio que repetir cada día. Así que...

Así que, ya que hablo de broncas, me voy a referir a la del 10 de junio, que va a ser la madre de todas las broncas, una vez que sepamos, para lo que valga, si los sondeos que hoy pronostican una ligera victoria del PP sobre el PSOE este domingo, con estancamiento de Sumar y ascenso de Vox, han tenido o no razón. Porque el 10 de junio, lunes, habrá que pasar página y situarse en el Parlament catalán, que elige a la Mesa y al president que lo dirigirán. Y esa Mesa puede que tenga, si Junts y Esquerra logran llegar al acuerdo sobre el que están hablando, una mayoría y una presidencia independentistas. Y entonces ocurriría que el president de la Cámara, que tiene facultades casi omnímodas en situaciones en las que no hay una clara mayoría absoluta, podría, si esta presidencia recae en Junts, vetar la candidatura de Salvador Illa a la investidura.

Así, estaríamos abocados a lo que Puigdemont, que vuelve a ser el enemigo público número uno del Estado (y de Pedro Sánchez) quiere: repetir elecciones para repartir nuevamente la baraja y, si la diosa Fortuna le presta sus favores y el acuerdo que quiere delinear con Esquerra sale adelante (les ofrece listas conjuntas con veinticinco escaños garantizados y mantener a sus 300 funcionarios en el Govern, que no es tema menor en la negociación), convertirse nuevamente en president de una Generalitat combativa. Que lo primero que haría sería convocar un referéndum de autodeterminación. Adiós normalización, adiós negociaciones con el PSC y con el Gobierno central, adiós mediador salvadoreño... Adiós, por supuesto, a cualquier acuerdo para sostener en el Congreso la precaria mayoría para que Pedro Sánchez pueda seguir gobernando.

Y entonces, seguramente disolución anticipada de las Cortes y hala, a votar en otras legislativas. Me cuentan que, vía un negociador silencioso -quizá un periodista marcadamente independentista--, Puigdemont estaría incluso tratando de influir en las filas de Núñez Feijóo, prometiéndole ayuda si presenta una moción de censura contra Sánchez. Quién sabe, porque, en este totum revolutum, todo es posible, aunque no sea -todavía-- probable.

Por su parte, las nuevas elecciones catalanas habrían de convocarse, si llega el caso, a finales de junio y entraríamos así en una peligrosa espiral de fechas, presiones y maniobras estivales en la oscuridad y puñaladas traperas en la siempre loca política catalana, con el correspondiente contagio a la no mucho menos loca política que se practica en Madrid. Una pesadilla, ciertamente.

Otra cosa sería que Salvador Illa lograse completar una negociación con Esquerra (muy dividida, me dicen, sobre si acceder a o no, a cambio de importantes concesiones, a facilitar la investidura del candidato del PSC) y llegara a ser investido molt honorable president de la Generalitat de Catalunya. Sería, sí, un gran triunfo para Illa, pero también para Sánchez y, de paso, para la estabilidad política catalana y puede que incluso para la española. Porque, la verdad, por muchas demasías que el presidente del Gobierno central cometa con las instituciones y con las leyes, con la ética y/o con la estética, nada se me antoja peor que un retorno de Puigdemont a la máxima gobernación catalana, a la conspiración y a la vía unilateral para quebrar la unidad del Estado.

Así que, a la vista de este panorama, en el que puede ocurrir cualquier cosa, entiendo el relativo desinterés que se percibe en la opinión pública ante unas elecciones europeas que quizá nos arrojen más de lo mismo, pero que, en cualquier caso, no son unas primarias de las elecciones generales, salvo batacazo total de uno de los contendientes, que no es algo que las encuestas hoy prevean. Sin embargo, hay que repetir que, aunque de realmente europeas estén teniendo poco, estas elecciones del 9-j son esenciales para nuestro futuro y para nuestro presente, aunque ninguno de los candidatos insista lo suficiente en ello: andan en cosas más pedestres y pugnaces.