E s uno de los mejores, sino el mejor, conocedor del pasado que guarda el suelo que estamos pisando. Manuel Retuerce Velasco (Madrid, 1954) ha trabajado en los yacimientos de Alarcos y de Calatrava la Vieja. Ha dirigido la elaboración de las cartas arqueológicas de varios municipios importantes de La Mancha y del Campo de Calatrava, como Tomelloso, Campo de Criptana, Miguelturra o Torralba. Ha participado en excavaciones en Castilla y León, la Comunidad Valenciana y, ya fuera de nuestras fronteras, en Siria y Túnez. Fue uno de los descubridores de los restos de la antigua muralla de Madrid en las proximidades de la plaza de Oriente, destruida convenientemente y con nocturnidad por una excavadora. Quienes le conocen dicen de él que es un profesional de la arqueología serio y concienzudo, a la vez que amable y didáctico, que posee el don de contagiar al neófito su pasión por la historia. Sus explicaciones a pie de obra hacen que la historia que aprendimos en los libros deje de ser un batiburrillo neuronal de fechas y nombres y que el pasado resucite ante nosotros de forma tangible.
Este licenciado en Filosofía y Letras y doctor en Geografía e Historia en la especialidad de Historia Medieval, doctorado (Cum laude por unanimidad) que obtuvo gracias a una tesis sobre la cerámica islámica en la Meseta Oriental Andalusí, se estrenó en el mundo de la arqueología en la necrópolis de Villaricos en Almería y en la ermita de San Baudelio de Berlanga en Soria. A mediados de los ochenta ya estaba dirigiendo excavaciones en diferentes puntos de la geografía nacional como el monasterio premostratense de Santa María la Real en Aguilar de Campoo, Calatrava la Vieja o el asentamiento islámico de Calatalifa, en Villaviciosa de Odón.
Única en Europa. En Madrid, codirigió las excavaciones que sacaron a la luz la antigua muralla de la ciudad en la cuesta de la Vega, junto a la catedral de la Almudena. Se trata de una estructura defensiva que es «única en Europa» porque está hecha de pedernal, de sílex, un material rarísimo de emplear, pero como Madrid está en un terreno donde abunda esta piedra (variedad de cuarzo), la muralla es de sílex y caliza cretácica, de grandes bloques y una longitud conservada en la cuesta de la Vega de unos 120 metros, y seis de altura, con varios torreones, restos de la puerta.
Es la estructura más antigua de la ciudad que apenas es conocida por los habitantes de Madrid, a pesar de estar visible, «pero casi nadie la conoce», explica Retuerce.
Este conocimiento del viejo Madrid hicieron que le tocara en suerte la dirección de las excavaciones que se efectuaron en la plaza de Oriente con motivo de su remodelación por parte del Ayuntamiento, una tarea de la que acabó dimitiendo porque «no estaba de acuerdo cómo se estaba dragando por parte del Ayuntamiento».
Indica que fue uno de los directores de los primeros sondeos que hubo que hacer y después uno de los directores de la excavación arqueológica, ya en área. Cuenta que en las excavaciones se abrió la fachada occidental de la Casa del Tesoro, el edificio de la administración de los Austrias, obra de Juan Gómez de Mora, constructor también del Alcázar de Toledo, con una longitud del ancho del edificio de unos 40 metros y una altura de unos ocho o nueve metros, y los llamados jardines de la Reina, renacentistas, pero «resulta que estaba en mitad de lo que iba a ser el paso de vehículos y había que quitarlo como fuera. Yo hice un proyecto de conservación, pero habría sido muy caro y hubiera disparado los costes. Al final, una noche de agosto, una máquina se llevó el edificio por delante».
Aquellas obras, inauguradas finalmente en 1996 bajo el mandato de José María Álvarez del Manzano, hicieron correr ríos de tinta, recuerda Manuel Retuerce. Y es que «unos opinaban que había que conservar absolutamente todo y otros colegas, más directamente relacionados con la intervención, consideraban que nada de lo que había allí servía. Y yo estaba en un punto intermedio, y, como pasa siempre, los que están en medio molestan. Yo era partidario de conservar la gran fachada, pero la decisión final fue no preservar nada», lamenta el curtido arqueólogo.
No obstante, en una actuación posterior, sí se pudo salvar algo, en concreto «una torre albarrana que está integrada en el aparcamiento de la plaza de Oriente, una atalaya islámica del siglo XI dentro de una especie de escaparate, en una cristalera. El que entra a por su coche contempla unos restos de unos tres metros de altura de lo que fue el límite norte del Madrid de la época, justo por debajo de lo que es ahora el Teatro Real. Los vestigios del antiguo edificio de administración de los Austrias, en cambio, hay que buscarlos en el relleno entre la plaza de Oriente y el convento de las Comendadoras: cuando uno se asoma a la calle Bailen y mira los jardines de Sabatini ve que hay una altura de más de veinte metros que se rellenaron con los escombros de la Casa del Tesoro en época de José I», señala el arqueólogo.
DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA. Su currículum ocupa dieciséis páginas en las que se reseñan sus trabajos en una larga lista de yacimientos de España y de diversos países de la cuenca mediterránea. Pero si tuviéramos que quedarnos con uno solo de estos yacimientos por su importancia y por lo que ha significado para su carrera profesional no habría dudas, porque no se puede escribir sobre Calatrava la Vieja sin citar a Manuel Retuerce del mismo modo que es imposible conversar con este apasionado de la historia sin acabar hablando de la gran ciudad omeya en la que siglos más tarde nacería la primera orden militar de la corona de Castilla.
Desde 1984, Retuerce ha participado en todas las campañas de excavaciones arqueológicas realizadas en Alarcos y sobre todo en Calatrava la Vieja que normalmente se desarrollaban en verano y que se sucedieron hasta 2010. Fue el director científico de Calatrava la Vieja desde el inicio, durante muchos años, y más tarde se incorporaría el que fuera su alumno Miguel Ángel Hervás, llegando a ser codirector de este yacimiento. De esas excavaciones recuerda lo mucho que chocaba que el 80% de los operarios fueran mujeres y las fiestas de finales de excavación con migas para todos. Alguno de aquellos chicos son hoy alguien en la Administración, como Álvaro Soler, director de la Real Armería del Palacio Real, u otros que son profesores en la Universidad de Castilla-La Mancha o en la Autónoma de Madrid.
A su juicio, Calatrava la Vieja «es, sin duda, el yacimiento más importante de España en época medieval. Estamos hablando de una ciudad en plena meseta. Toledo, Cuenca o Guadalajara tuvieron también mucha importancia, pero Calatrava fue abandonada en el siglo XV y nadie construyó nada sobre los restos medievales». Por ello, «la propia Calatrava es el descubrimiento más relevante, porque sólo la conocían los estudiosos, los eruditos y, gracias a nuestra intervención, empezamos a imaginar toda la historia y los tesoros que guardaban aquella fortaleza y aquella ciudad a orillas del Guadiana». Antes de que empezaran los trabajos de excavación solo había unas ruinas ocultas bajo montículos por donde paseaban vecinos de la comarca (Carrión, Torralba, Miguelturra).
antigua capilla templaria. . Gracias a los trabajos fueron apareciendo torres albarranas, las corachas que subían el agua a los aljibes, los muros de la alcazaba, fosos, barrios, calles, viviendas, etc. y dentro de la fortaleza se localizaron salas de audiencia, hornos, estancias, baños y una iglesia erigida por los calatravos sobre una antigua capilla templaria.
Al lado de estas estructuras afloraron también cerámicas de reflejos dorados, que hasta entonces se pensaba se producían sólo en Almería, Granada o Málaga, o verde-manganeso, «el eslabón perdido entre la producción Omeya que sí era conocida en toda la meseta y la que más tarde se fabricaría en Teruel o en Paterna». Del mismo modo, fueron saliendo a la luz objetos y utensilios producidos en talleres de vidrio y de metalistería que siguieron funcionando posteriormente, ya que «quien tiene Calatrava -afirma Retuerce- tiene también el dominio sobre las minas de Almadén, por lo que se estaban haciendo metales y adornos de todo tipo, y lo más seguro es que se exportaran a otras tierras de Al Andalus y también de los reinos cristianos y que estos talleres de metalistería permanecieran por supuesto después bajo dominio cristiano y que se siguieran produciendo estos metales durante el siglo XIII».
Llegado a este punto de la conversación, recuerda que uno de los hallazgos más importantes fueron los cuatro epígrafes que se hallaron en Calatrava y que raramente se encuentran en yacimientos. Dos estaban en árabe y los otros en latín de época visigoda, probablemente de la cercana Oreto en Granátula. Las jarras de vidrios y las cerámicas almohade en verde y manganeso de la meseta son también piezas importantes.
«Unas monedas dentro del típico atado en pañuelo que alguien perdió también fue un gran hallazgo porque te habla de la moneda en curso de una determinada época», señala Retuerce tras enumerar útiles de la vida diaria, espadas, puñales y cuchillería encontrados en el yacimiento.
Calatrava «entró en la historia mucho antes de la fundación de la orden de los calatravos. Es una ciudad que fundan los Omeyas a finales del siglo VIII ligada directamente al poder emanado desde Córdoba. Los calatravos son un hecho importante en su historia, pero no el único, porque no aparecen hasta cinco siglos después», recuerda Manuel Retuerce tras subrayar que Calatrava fue la ciudad más importante entre Toledo y Córdoba. La llave de la meseta.
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