A pocos de los que han vivido directamente la tragedia de estos días se les olvidará nunca. Han vuelto a nacer aquellos que han sobrevivido y han muerto como nunca lo esperaban quienes no pudieron ponerse a salvo. Las imágenes y los testimonios que nos han llegado desde Letur, Mira y Valencia han sido escalofriantes. Un calambrazo recorría la espina dorsal con cada testimonio que escuchábamos. La actuación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, Protección Civil, el Ejército y la UME, sencillamente encomiables. Una sociedad a la altura de las circunstancias, salvo quizás, no lo sé, la clase política del Congreso que decidió no suspender las clases. Allá ellos, no era día ni momento para otra cosa que no fuera estar con las víctimas. Como Mazón o Page. Y tantos otros alcaldes que han visto correr su pueblo río abajo.
Siempre quedé fascinado por el otoño y el cuadro de Caspar del hombre frente a la tormenta. Porque supe desde niño la fuerza insuperable de la Naturaleza. Te das cuenta antes si eres de pueblo y estás en el campo. Las tormentas de verano eran sencillamente aterradoras en mitad de la tarde, cuando el cielo azul pasaba súbitamente a otro de color plomo. La dureza de las nubes, la piedra y el agua desbordaban el asombro de los niños. El olor a ozono anunciaba la catástrofe. Pero nunca fue con vidas humanas que quedasen arrasadas por el río. Hoy la torrentera ha sido fatal, tremenda, como un castigo divino, igual que un látigo de la Naturaleza.
La mañana de la radio ayer fue nuevamente fabulosa. Un nuevo día de transistores que nos recordó la maravilla del medio en que vivimos y la inmensidad de sus posibilidades. Cuando todo cae y nada queda, permanece la radio, el aire, las ondas. Los oyentes de Alsina coparon la antena desde Valencia, Cuenca y Albacete para contarle al resto de España lo que estaba pasando, lo que venía sucediendo, el drama inagotable que ante sus ojos se sacudía. El agua, el viento, la riada, la muerte.
Cuando la Naturaleza se estira y tiembla, el hombre ya puede echar a correr. Los viejos decían que, en el terror de la tormenta, lo más sabio era el silencio y quedarse en casa. Pero qué pasa si se la lleva el agua. Ir a lo alto, subirse al monte, buscar las zonas donde no alcance la bravura del tiempo. Quizá sea lo inteligente, aunque si está de Dios que es tu día, nada ni nadie puede parar los designios. Yo viví las dos Danas de Toledo y la Filomena. Recuerdo las casas de Cobisa corriendo río abajo sin nada que las parasen. El escenario después de la tragedia es horrible. Toda una vida devastada, corrida por el manto del agua, destrozada ante la sima del tiempo. Como una maldición bíblica. Descansen en paz los muertos y vida, ánimo y dinero para quienes levanten ahora cadáveres y les toque tirar del carro. ¡Siempre hacia adelante!