En la historia de la Semana Santa de Ciudad Real hay nombres que resuenan con fuerza, pero pocos con la profundidad, el carácter y la visión de Adela Richard Tolsada (1946-2015). Fue la primera mujer que rompió moldes y costumbres asumiendo, en 1989, el cargo de Hermana Mayor de una cofradía en la ciudad. Lo hizo tras el fallecimiento de su padre, Hilario Richard Rodríguez, y con ello selló una herencia cofrade que había comenzado con su abuelo en los años treinta. Su vida entera giró en torno a la Virgen de los Dolores, la imagen que marcó su rumbo y a la que dedicó, sin reservas, pensamiento, tiempo y corazón.
La figura de Adela no se entiende sin el contexto familiar. Creció en el hotel de su abuelo, donde se respiraba incienso todo el año y las conversaciones giraban en torno a túnicas, pasos y cultos. Su implicación fue desde siempre natural y silenciosa, como quien no sabe vivir de otra forma. En aquellos años, a las mujeres se les negaba la presencia activa en las procesiones como nazarenas. Pero Adela no estaba dispuesta a quedarse fuera del cortejo. "Ella se vestía de nazareno, completamente cubierta por el capillo, y salía junto a su hermandad", relata Óscar Patón, vestidor de la Virgen durante años y miembro de su junta directiva. "Decía que nadie sabía quién iba debajo, y así pudo salir varios años hasta que ya fue posible hacerlo abiertamente. Era una mujer con carácter que tiraba para adelante", cuenta.
Esa determinación la convirtió en pionera en muchos sentidos. Al asumir la máxima responsabilidad en la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, no solo rompió una barrera de género, sino que lo hizo con una visión moderna, renovadora y profundamente devocional. Bajo su liderazgo, la hermandad se transformó. Se restauró el patrimonio, se incorporaron piezas de orfebrería y bordados de mucha calidad, se bordaron nuevas bambalinas y un nuevo techo de palio, se cambió el bordado del manto deteriorado, y se abrió la Casa de Hermandad, convirtiéndola en un espacio de convivencia, diálogo y formación para los hermanos.
Adela entendía que el amor a la Virgen debía expresarse también en el detalle. Se encargó de comprarle nuevas sayas para el retablo, se preocupó de que fuera vestida según el tiempo litúrgico y trajo a Ciudad Real a vestidores sevillanos experimentados. Cuando estos ya no pudieron acudir, se apoyó en las Hermanas de la Cruz, con quienes tejió una estrecha relación de cariño y colaboración. "Fue una devota en el sentido más comprometido del término. Su amor por la Virgen se traducía en gestos concretos, en decisiones valientes, en una entrega sin descanso", señala su prima hermana Marily Richard. "Todo lo hacía por Ella. No había detalle que se le escapara", afirma.
Destaca especialmente su prima la capacidad para cuidar cada detalle de la hermandad que tenía Adela, desde el ajuar de la imagen hasta los vínculos con las Hermanas de la Cruz o la organización de actividades caritativas. "Tenía una devoción auténtica, de las que se demuestran con hechos, no con palabras vacías", añade.
Para Marily Richard, el compromiso de Adela fue mucho más que institucional o estético: fue un modo de vivir la fe. "Lo que más me impresionaba era su constancia. Podía estar enferma, cansada, tener mil cosas que hacer, pero siempre encontraba tiempo para su hermandad", recuerda. En sus palabras hay un reconocimiento explícito al legado que deja su prima, pero también un testimonio silencioso de la huella que dejó en todos aquellos que la rodeaban. "Era única. Su ausencia se nota, pero su ejemplo se queda", afirma.
Su legado no fue solamente estético o patrimonial. Durante su mandato se impulsaron cultos, convivencias, acciones caritativas, actividades culturales como cinefórums, y se abrió la hermandad a los más pequeños con la creación de una 'guardería' en el cortejo procesional. Fue también promotora de la celebración del Triduo el 15 de septiembre, fecha litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores, y colaboradora activa con la Catedral, sede canónica de su hermandad.
Más allá de su cofradía, Adela vivió la Semana Santa como un todo. Fue miembro de la Comisión Permanente de la Asociación de Cofradías y participó activamente en otras hermandades como la Santa Cena, donde su hermano Hilario fue Hermano Mayor durante más de dos décadas. Con sus amigas, fue de las primeras mujeres que acompañaron a una Virgen vestidas de mantilla, inaugurando una nueva forma de estar presente en los cortejos. "Era una enamorada de nuestra Semana Santa", recuerda Patón. "De esas personas con las que podías estar horas hablando, compartiendo anécdotas, ideas, incluso desencuentros, pero siempre con la misma meta: mejorar, sumar, aportar", relata.
La suya fue una vocación entendida como compromiso. Sin buscar protagonismo, pero con una clara conciencia del legado recibido y del que ella misma estaba construyendo. Supo combinar la firmeza con la dulzura, la tradición con la innovación, la fe con la acción. Como tantas mujeres que han sostenido el tejido invisible de las cofradías, Adela fue motor, luz y ejemplo. Sólo que, a diferencia de muchas, se atrevió a alzar la voz, a ponerse al frente, a dejarse ver… aunque al principio tuviera que hacerlo cubierta por un capillo.
Su marcha deja un vacío inmenso, pero también una huella imborrable. La Virgen de los Dolores la llamó junto a Ella, como tantas veces imaginó en silencio desde un banco de la Catedral o tras un capillo anónimo. Pero quienes la conocieron, la admiraron o simplemente se cruzaron con su labor, saben que el nombre de Adela Richard Tolsada quedará para siempre en la historia cofrade de Ciudad Real. Y no por ser la primera mujer Hermana Mayor, que también. Sino por haber hecho del amor a la Virgen un camino de entrega, valentía y esperanza.