Ni la ideología, ni el credo, ni los intereses partidarios, sean cuales fueren, pueden narcotizar la conciencia hasta el extremo de considerar repudiable la condena pública del asesinato en masa de inocentes. Por eso no se entiende, o si se entiende es peor, la acerba crítica de la derecha al gesto de valentía y humanidad de Pedro Sánchez en Israel y en Gaza, y menos se entiende, o si se entiende es peor todavía, que tras la desaforada e insultante reacción del gobierno de Israel contra el Gobierno de España por dicho gesto, que esa derecha que se reputa tan patriótica se haya alineado con la potencia extranjera. Una cosa es hacer oposición al Gobierno, y todo lo dura y desabrida que se quiera, y otra, muy distinta, hacer oposición a España, a su soberanía, a su independencia y a su buen nombre.
Es cierto que España, por no ser una gran potencia y tal vez ni mediana, no pinta gran cosa en el concierto de las naciones, pero no teniendo un imperio, ni armas nucleares, ni una gran escuadra, ni capacidad económica intimidatoria, ha dado, en la persona de su más alto representante democrático, una lección magistral de humanidad al mundo, particularmente a una Europa en caída libre de sus valores. Lo que Pedro Sánchez dijo a Netanyahu en Tel-Aviv, y también el primer ministro belga De Croo que habrá de sucederle en la presidencia rotatoria de la Unión Europea, es, ni más ni menos, lo que cualquiera con conciencia y corazón le habría dicho, que deje de masacrar a la población civil, que deje de destruir sus casas, sus templos, sus escuelas y sus medios de vida, que deje de matar niños con sus bombas o de hambre. Es exactamente lo que la ONU le ha exigido hasta la saciedad y a lo que le obliga el Derecho Internacional y hasta las leyes de guerra, mas parece que, por no ser España gran potencia, el gobierno de Israel se ha creído en el derecho de mojarnos la oreja.
España, es decir, los españoles, se enorgullecen, o deberían, de haber levantado la voz contra los crímenes que se están perpetrando en Gaza, como la levantaron contra los que cometió Hamás en su brutal acción terrorista del 7 de octubre. El nombre de España ha sonado a paz en todos los rincones del planeta, y en todos ellos se reconoce la propuesta de los dos estados como la única que conduciría a ella. 140 países ya han reconocido a Palestina como estado, y España, que aún no, se suma con UE o sin UE, y si con todo esto se crea una artificial crisis diplomática, no está en su mano apaciguarla, sino en la del gobierno del país que, en su apuesta por la violencia sin límites, parece querer situarse contra todo y contra todos.