El Barcelona perdió la final de la Supercopa de España tras caer goleado el pasado domingo ante el Real Madrid (4-1) en el Al-Awwal Park de Riad, en un partido en el que fue incapaz de competir ante el conjunto merengue, que le pasó por encima durante los 90 minutos. Un resultado que confirmó de forma contundente las malas sensaciones del bloque catalán, cuya debacle se puede resumir en cinco claves.
Mala salida
El combinado de Chamartín salió a por el conjunto azulgrana desde el pitido inicial y, a los 10 minutos, ya ganaba por 2-0, que podía haber sido 3-0 si Iñaki Peña no hubiera reaccionado, entre los dos primeros goles de Vinícius, a un tiro de Rodrygo.
«Salimos de la peor manera a una final y eso es inadmisible. No podemos empezar una final encajando dos goles nada más empezar. Y menos en un clásico», reconoció Xavi Hernández a la conclusión del encuentro.
Agujero defensivo
Como en los últimos clásicos, el entrenador egarense colocó a Ronald Araújo en el lateral derecho para frenar a Vinícius, devolviendo a Jules Koundé al eje de la zaga.
Pero el Madrid no buscó el uno contra uno con el brasileño, sino que atacó al espacio, con constantes intercambios de posición entre los jugadores de ataque y la llegada de Jude Bellingham y Fede Valverde desde la segunda línea.
Con el uruguayo en la banda, el Barça perdió a su mejor jugador para defender al espacio y renunciaba a la aportación ofensiva como lateral de Koundé.
El 'charrúa', desfondado e impotente ante el 'vendaval' de juego del oponente por su banda, acabó expulsado. Y aún peor fue la actuación de su compañero francés, que se dejó ganar la espalda por 'Vini' en el 1-0, perdió un balón en la jugada siguiente que casi aprovecha Rodrygo para hacer el segundo y regaló al brasileño el 4-1 con un mal despeje. La de ambos fue una noche para olvidar.
Deficiente presión
En defensa no funcionó nada, empezando por la presión tras pérdida, mal coordinada, y que los de Carlo Ancelotti siempre superaron con facilidad. Además, cuando lo hacían, sus zagueros y centrocampistas tenían todo el tiempo del mundo para levantar la cabeza y buscar a sus puntas para lanzar la contra.
Bellingham, Dani Carvajal, Valverde... hasta Antonio Rüdiger se animaba a buscar a Rodrygo o Vinícius en sus desmarques de ruptura, mientras el Barcelona, indolente, perseguía sombras.
«No hemos parado carreras, no hemos hecho faltas tácticas, y ellos viven totalmente de esos balones al espacio. Y la presión alta tampoco ha sido buena», se quejaba Xavi.
Posesión estéril
El conjunto culé volvió a ganar la batalla de la posesión (57 a 43), pero donde de verdad se ganan los duelos es en las dos áreas, y ahí el Madrid fue infinitamente superior.
El técnico blaugrana reivindicó en la víspera el 'ADN Barça', la herencia de Johann Cruyff y la necesidad de imponer su estilo, controlar el partido y dominar con el balón. Los azulgrana completaron 556 pases; los blancos, 421. Pero no sucedió nada de lo que el entrenador del conjunto culé esperaba. Y es que el 'cruyffismo' se convierte en una palabra vacía cuando el cuero no circula a toda velocidad y no se busca la portería rival. Al final, el Barcelona tiró siete veces, frenta a nueve de los blancos.
Sin alma
Los blaugrana tuvieron una leve reacción tras el 2-0. Se adueñaron de la pelota, bajaron las pulsaciones del choque y tuvieron unos buenos minutos, entre el disparo al larguero de Ferrán Torres y el gol de volea de Robert Lewandowski.
Solo fue un espejismo. Cuando Vinícius marcó el tercero de penalti a siete minutos de llegar al descanso, la final se acabó. «Tras el tercer gol, creo que el equipo se desconectó», confesó Xavi, que desde el banquillo demostró la misma nula capacidad de reacción que sus jugadores sobre el césped.
El de Tarrasa hizo tres cambios de golpe a la hora de juego, dando entrada a Joao Félix, Fermín y Lamine Yamal, por Pedri, Sergi Roberto y Ferrán. Un simple relevo de nombres que no se tradujo en nada destacable sobre la pizarra. Y ya no hizo más sustituciones en todo el partido. Ni siquiera cuando Araújo fue expulsado pocos minutos después.
Una segunda parte en la que el Barça no mostró ni un punto de orgullo, de inconformismo ante la situación, de personalidad ni de carácter de campeón. Sencillamente, tras el descanso, no compitió.