El impulso a una paz justa y duradera en Ucrania y el reforzamiento al mismo tiempo de la seguridad europea son las dos partes de un binomio indisoluble. Un cierre en falso de la guerra de Ucrania propiciada por la invasión rusa en dos partes, la anexión de Crimea en 2014, -resuelta ante la indiferencia internacional con un proceso de apaciguamiento- dio como resultado la invasión del este de Ucrania hace tres años. Una falsa paz no haría sino incrementar las veleidades imperialistas del presidente ruso, Vladimir Putin, apoyado por un grupo de países europeos quintacolumnistas que le prestan apoyo político al tiempo que se lo restan a las posiciones mayoritarias en la Unión Europea.
Quizá tenga razón el despótico presidente de EEUU, Donald Trump, acerca de que, al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, no le queden muchas bazas por jugar, pero desde luego no se le puede obligar a firmar una capitulación deshonrosa que ponga en riesgo la seguridad del resto de los países que en su día formaron parte del área de influencia soviética tras la II Guerra Mundial, y menos cambiar La Paz por un tratado comercial leonino sólo con Estados Unidos, cuando el país va a quedar hipotecado para varias décadas cuando tenga que pagar la ayuda recibida, que nadie le ha prestado gratis por muchas palmadas en la espalda que reciba el presidente ucraniano.
La segunda parte del binomio, la relacionada con la seguridad europea tiene una doble dimensión: la primera, proveer a Ucrania de medios de defensa por parte de los países europeos, aunque ese apoyo no tenga la capacidad de sustituir a las aportaciones estadounidenses para sostener su esfuerzo bélico; y en segundo lugar, preparar su defensa integral con y al margen de la OTAN si EEUU no vuelve a ser un socio fiable, hasta que no defina su grado de compromiso con los aliados, que a su vez se han comprometido a incrementar sus gastos en defensa, aunque no al ritmo que quieren imponer Trump y el 'frugal' Mark Rutte convertido ahora en el adalid del gasto militar.
En ambos asuntos la posición de España es clara en el apoyo a Ucrania, manifestada tanto por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como por el rey Felipe VI en su primera intervención pública tras el lamentable espectáculo de Donald Trump en su "querido" Despacho Oval. El jefe del Gobierno español ha sido invitado a las dos cumbres informales auspiciadas por Macron y Stamer en París y Londres y mostrado su acuerdo con el proyecto de presentar a Trump un plan de paz que incluya a Zelenski, que pasa por recuperar la confianza de Washington y pasar página de la encerrona al presidente ucraniano.
Cada uno por su lado, Sánchez y Feijóo han coincidido en su apoyo a Ucrania y a una paz justa, momento que podían utilizar para fortalecer el papel de España en la Unión Europea, además de para poner en evidencia a quienes, desde sus extremos, mantienen unas posiciones extemporáneas, como Podemos, anclada en el 'no a la guerra' pese a las diferencias con aquel momento, o como Vox, que realiza un seguidismo de un Trump amigo de Putin que no solo quiere cargarse la Unión Europea sino el orden internacional y la idea tradicional de libertad y democracia, otro binomio indisoluble.