Una historia del arte de la plata en Ciudad Real

Hilario L. Muñoz
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El doctor en Historia del Arte Juan Crespo presenta este martes un libro de gran formato y repleto de ilustraciones en el que recopila la platería de Ciudad Real desde 1621 a 1808

Una historia del arte de la plata en Ciudad Real - Foto: Tomás Fernández de Moya

Hace unos años, Juan Crespo tuvo el encargo de catalogar los bienes muebles de la Diócesis de Ciudad Real. Su trabajo le llevó por las parroquias y monasterios y observando los objetos decidió investigar a fondo lo que estaba descubriendo. Entre ellas había «piezas de plata que no había visto en la vida» y que le llamaron «mucho la atención», tanto que, primero hizo una tesina con aquellas que eran anteriores al siglo XVII, hasta 1620, y, después, una tesis analizando todas las que había en la provincia en los siglos XVII y XVIII. Este trabajo académico verá la luz este martes en forma de libro. El Arte de la Platería en Ciudad Real, 1621-1808, bajo el sello del Instituto de Estudios Manchegos y con el apoyo de la Diputación de Ciudad Real, que se presenta a las 19.30 horas, en el Museo de la Merced. 

En este texto, Crespo realiza una obra repleta de imágenes, en la que se pueden admirar obras únicas y entre las que hay algunas que ya no están en la provincia, como el relicario de San Fermín, el santo famoso por las fiestas de Pamplona, y que guardaban las religiosas de la Orden de los Mínimos de Daimiel. Una obra de bella talla y que ahora está en la capital navarra. 

También hay unos zapatos de plata que forman parte del Tesoro de la Catedral y que tienen su propia historia, porque fueron devueltos «bajo secreto de confesión» al concluir la Guerra Civil. «Esa obra está hecha por Juan Rivera, que era otro platero que había en Ciudad Real, junto a su padre y sus hermanos» indica Crespo, quien no solo ha analizado las obras, sino también los autores, las grandes familias de plateros que había en la provincia.

«En Ciudad Real había una familia muy importante y en Almagro otra», explica Crespo, quien ha investigado en los archivos los árboles genealógicos y las relaciones de estos plateros hasta el siglo XIX en que se pierde el rastro de los Muñoz, dedicados a este arte, los Poblete o los Rivera. En el libro se habla también de los plateros de Daimiel, Manzanares y La Solana, así como de los que estaban en Madrid, Córdoba o Toledo y que marcaban las modas que se ven en los diferentes estilos. 

Una tercera parte de este libro trata sobre la economía de la plata de Ciudad Real. «Los precios, el marcaje, las ferias, la venta, los contratos, el estilo, la comparación de un estilo y otro, la evolución, los elementos estructurales y los elementos decorativos», indica el autor. 

El escritor recordó que un platero no era un artesano y que tenía que analizar cada pieza de la mejor manera posible. «Los plateros consultaban los tratados de arte para saber qué hacer, como un edificio, la pieza tenía que ser proporcionada y tener unas medidas». Además, el platero solía tener «unos mínimos conocimientos básicos de dibujo». Cada platero debía demostrar estos conocimientos en unos exámenes que les hacían para alcanzar el grado de maestría. Unas pruebas que incluían preguntas y acababan con la elaboración de alguna pieza. «No era una artesanía, no era un artesano y durante mucho tiempo los plateros estuvieron pugnando por conservar determinados privilegios», como vestir capa, por ejemplo. 

En el libro hay, además, otras piezas curiosas como imágenes de un portapaz, una parte de la liturgia que cambió, ya que este objeto era el empleado en el momento de dar la paz en misa, aunque si hay una que le gusta a Crespo es «la portada del libro, que es una imagen de San Raimundo de Fitero, el fundador de la Orden de Calatrava, que está en la custodia de Madre de Dios de Almagro». También hay una bomba de bautizar, un objeto que servía para hacer caer el agua bendita sobre la persona a consagrar. «Estas piezas se han conservado en función de su uso», indicó Crespo, si por motivos han dejado de emplearse se han perdido.

Una curiosidad es que estos objetos que hay en la Iglesia, también se encontraban en la administración civil o en la sociedad. Las familias tenían platos de plata y los ayuntamientos tenían también objetos cotidianos, como los tinteros o, incluso, las urnas de votación en los cabildos, que eran de este material. «La Iglesia sí ha sabido conservar el legado de las generaciones pasadas», explicó Crespo, de ahí que se centre en el patrimonio religioso. 

El autor señala que la plata está tan presente en el patrimonio mueble de la Iglesia porque «el cobre no era digno de la liturgia» y si se hubiera utilizado oro el coste hubiera sido muy caro. «No hay piezas de oro, hay o plata blanca o plata dorada», expone, por lo que cuando se ve algún objeto religioso dorado suele ser una aleación de plata con otro material que da ese color. 

Su recorrido, con este libro acaba en 1808, cuando las tropas napoleónicas ocupan España «el comercio de plata desciende, los gremios se rompen o desaparecen y la plata va siendo de una manera distinta», porque aparecen las fábricas y ciertos procesos se mecanizan, dejan de hacerse a mano.