El recrudecimiento de la guerra entre Israel y Hamás vuelve a exponer una de las grandes debilidades de España: la ausencia de un consenso nacional en política exterior y, con ella, la incapacidad para desarrollar una acción estratégica, a largo plazo, que sirva para la defensa de los intereses generales del país.
En las primeras décadas de la etapa democrática, la visión compartida por los grandes partidos sobre el papel de nuestro país en el mundo fue enormemente útil para alzar una voz fuerte e influyente en el contexto internacional que ayudó a las empresas a entrar en importantes mercados, permitió recibir inversiones que modernizaron la economía y, en definitiva, abrió al mundo una España recién salida de la dictadura. El resultado más evidente de aquel momento fue la Conferencia de Paz de Madrid entre israelíes y palestinos (1991) o el V Centenario del Descubrimiento de América.
Aquel consenso inicial quebró. El Real Instituto Elcano fecha esta ruptura en 2002 con el alineamiento de José María Aznar a la estrategia bélica de la Administración Bush en Irak. Sin embargo, sitúa a partir de 2024, con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al Ejecutivo, el nacimiento de un proceso de crispación y enfrentamiento también en política exterior, cuyas consecuencias negativas son evidentes para los intereses de España.
El expediente exterior de la Administración de Pedro Sánchez presenta resultados desiguales: en su haber está haber fortalecido la influencia del país en las instituciones europeas, pero también la ruptura de acuerdos históricos, como el referido al futuro del Sahara, que se adoptó en contra del Parlamento y que es solo un ejemplo del creciente alineamiento con la política exterior marroquí.
Con todo, el mayor riesgo para la posición española en el mundo se encuentra en el seno del propio Ejecutivo en el que conviven socios cuyas opiniones confrontan abiertamente con las líneas maestras de los intereses europeos, como se puso de manifiesto en los conflictos de Ucrania y Palestina. El Gobierno corre el riesgo de ahondar la quiebra de los pocos consensos aún existentes y convertirse en rehén de espacios políticos poco compatibles con el contexto de las democracias liberales donde la mayoría de los españoles quiere estar. Aún peor puede ser la tentación de sobreactuar, como se demostró en la intervención del presidente del Gobierno ante el líder israelí Benjamin Netanyahu sobre el conflicto palestino que, por su beligerancia, se aleja de los estándares diplomáticos europeos.
Pese a ello, es necesario, urgente e imperioso recuperar los consensos buscando una política exterior coherente, creíble y consistente. Entenderla como una política de Estado pragmática, no ideologizada y asentada en fundamentos que superen la alternancia en el gobierno. De lo contrario, la imagen de España en el mundo se resentirá y los intereses de los españoles quedarán desprotegidos sólo por alimentar un muchas veces vacuo debate interno.