Recuerdo con mucho agrado, a Sidney Poitier, magnífico actor, en su papel de profesor de Instituto, cuando interpretó Rebelión en las Aulas, película de 1967 dirigida por James Clavell. En su argumento, vemos a un ingeniero metido a profesor en un centro suburbial de Londres, donde la conflictividad del alumnado le iba a generar un cambio en su fórmula de enseñar y en su actitud frente a la situación. Fue un anticipo de lo que iba a pasar en la Europa de este siglo XXI, pero no como un suceso esporádico o circunstancial de un barrio obrero donde la delincuencia y pobreza campeaba a sus anchas, sino, como algo que se venía vislumbrando y que, desgraciadamente, se está haciendo viral.
Y es que es así. Los profesores de Instituto, en la actualidad, se encuentran enfrentados a un conflicto moral, interno y externo, en el que se debaten día a día, con un desgaste tremendo en sus grandes cualidades o facultades. Quieren y a veces, no pueden. Se esfuerzan todavía más de lo que debería ser habitual, en mantener la disciplina de grupo, la atención al aprendizaje y los comportamientos educativos, y en su resultado, la frustración a veces, puede más que el resultado positivo. Es un tremendo esfuerzo poco compensado.
Y es que están prácticamente solos. El respaldo administrativo no es el que debería de ser, el apoyo de la sociedad es mínimo y la valoración a su excelente trabajo, por debajo del merecido. Si a esto añadimos, que el alumno, en un porcentaje demasiado elevado, no respeta el trabajo de quien no pretende otra cosa que ayudarle a su formación, académica o científica, y educativa o moral; el desánimo puede ser brutal.
Por eso, yo creo en el profesor porque es vocacional; creo en su cualificación y sobre todo, en su capacidad y esfuerzo para transmitir los contenidos de su asignatura; y sobre todo, creo en su deseo constante de ejercer su función docente, la que ha asumido y la que siente y en la que él mismo cree por esa honestidad y esos valores que le definen.
Ahora, una profunda reflexión por el bien de todos. Que la Administración Educativa le facilite las estrategias y le apoye en su labor; que la sociedad en su conjunto los valore en su justa medida; que los padres especialmente, no vean en el profesor un enemigo, sino alguien que está ayudando a la formación integral de sus hijos, y en definitiva que los alumnos –principal activo-, pudieran creer en 'las bondades' y la 'autoridad' de los profesionales de la Educación, porque de esa manera, nuestra sociedad tendría el futuro que merece y no el que nos viene, si no tomamos las medidas necesarias con carácter de urgencia.