Después de varios días del fallecimiento de José Luis Vacas, mi suegro, conocido por todos como el Pipo, me apetece dedicarle unas palabras de recuerdo y cariño familiar, como la persona especial que fue.
En el Pipo siempre vi la esencia de Ciudad Real, nacido en unas antiguas casas del Parque de Gasset, conocía perfectamente la idiosincrasia de Ciudad Real, desde pequeño pateó todas sus callejuelas con sus amigos, que estos días contaban emocionados sus aventuras juveniles por todos los rincones de Ciudad Real, cómo se colaba en la plaza de toros, con su amigo Colomer, porque querían ser toreros, o vendían chatarra al padre de este para sacarse algunas perras, su apodo de Pipo era por el apoderado de El Cordobés.
Conocía a todo el mundo, gracias también a su padre Manolo, a quien acompañaba en el Bar las Lagunas, luego en Ruidera, donde me contaba que pasaba todo el mundo, y él con su desparpajo e inteligencia, aprendió de todos los que pasaban por allí y de sus conversaciones.
Siempre hablaba de su madre, como una persona ordenada y buena, y de su tía Visita y de lo bien que cocinaba. Destacaba por su personalidad arrolladora, ante el carácter más tranquilo de sus hermanos Manolo, Fernando, Prado y Javier, con los que formaba piña.
No había persona de Ciudad Real a quien no conociera el Pipo, desde el más humilde al más altanero, todos le conocían, y daba lo mismo que fuera un marqués o un albañil, con cualquiera sacaba sus chascarrillos y se reían de anécdotas, refranes o hablaban de negocios.
Un enamorado del campo, de los toros, de la caza, un fenómeno tirando al pichón, un magnifico montero, y un gran cazador que logró hacerse con los cinco grandes, afición que transmitió a sus hijos y a sus nietos, y a mí mismo pues con el abatí mi primer venado hace veinticinco años en la finca Valmayor, finca que amaba.
Un loco del fútbol, del Manchego y del Real Madrid, contradiciendo a su padre que fue uno de los fundadores de la Peña del Atlético de Madrid de Ciudad Real, llevó al Manchego a Segunda, asociado con su amigo Rafael Candel, siempre se vanaglorió de descubrir a Iván Helguera.
Un devoto de la Virgen del Prado, no fallaba nunca a su cita con la Virgen en agosto.
Un vendedor nato, hecho a sí mismo, con una inteligencia y capacidad singular, que trabajó en la hostelería muy joven, luego en Madrid, posteriormente de comercial en Gisper vendiendo los primeros ordenadores por toda la provincia, promotor de muchas viviendas de Ciudad Real, luego en temas agrícolas junto a su inseparable Ignacio Barco, con el que estuvo siempre unido, en la construcción, en los medios de comunicación como consejero de La Tribuna, la cual revolucionaron como medio líder en la Región, gestor de la discoteca Kuy, promotor del Playa Park, adelantado en los inicios de las energías renovables… Tenía una gran intuición para los negocios, y una valentía especial para emprender cualquier aventura, también un genio de altura si no le cuadraban las cosas, tuvo también sus caídas, pero logró levantarse de ellas como solo los grandes empresarios saben hacer.
La mayor intuición e inteligencia fue la de elegir a su esposa, Emilia Narváez, una mujer admirable, trabajadora y buena, su apoyo más firme, con el que creó una familia estupenda, con unos nietos que le querían con locura como se reflejó en las palabras que le dedicaron en su funeral, a mí me dio el mejor regalo que es mi mujer Cristina, la única chica de sus cuatro hijos, por lo que le estaré eternamente agradecido.
Atrás quedan las fiestas de La Tribuna, las fiestas de la Caza en Playa Park, sus chascarrillos de Montería, sus viajes a Sudáfrica, sus tertulias en el Trini o el Café de París, sus historias de la mili, sus refranes y frases hechas, sus consejos, su ingenio y buen humor.
Son cientos las anécdotas del Pipo, y cientos las muestras de cariño que estos días hemos recibido la familia de aquellos que le querían. Muchas gracias a todos los que han mostrado sus condolencias por él, y gracias sobre todo a ti, Pipo, por la huella que dejas en Ciudad Real y en toda nuestra familia.