José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Fugacidad

08/01/2025

En apenas un mes mal contado y peor relatado, hemos pasado de las –así llamadas pomposamente– 'ciudades vestidas de Navidad', si es que ello fuera posible –fruto de los sortilegios luminosos, de los emblemas comerciales, de los esfuerzos municipales por destacarse, de los ritmos leves del Adviento y de cierta felicidad programada sutilmente– a las ciudades desprovistas ya de esos atributos ornamentales y simbólicos. Ciudades vestidas que –en justa correspondencia– debemos contraponer a las ciudades desnudas. Sin saber bien qué son unas y qué son otras. Aquellas plagadas de atributos ornamentales y decorativos que ahora vemos desaparecer con cierta velocidad del pasmo, para pasar a éstas últimas faltas de atributos. Similar la desaparición verificada a la velocidad desplegada en los filos de los primeros días decembrinos por la carrera de luces y galas. Con inauguraciones de alumbrados y encendidos, con concursos disparados. Y con la llamada familiar, para bajar del altillo las piezas del Belén, en la circularidad del 8 de diciembre. Como puede rastrearse –si es que hay rastreadores de tales cosas y si es que hay memorias en uso– todo ello, en los medios escritos del momento.
Atributos los desaparecidos en las calles, jardines y paseos urbanos –igual que desaparecen las decoraciones domésticas de árboles engalanados y de pesebres quietos, de guirnaldas ostentosas y de perifollos elocuentes en el filo del 7 de enero–, que se vinculan con la recreación festiva y con el acontecimiento venidero. Y que hoy solo son grumos de memoria vana. Y de ecos perdidos entre esquinas y paredes acolchadas por el silencio yerto. 
Y todo eso acontece con la visible rudeza del invierno que nos convoca y con la percepción evidente de los regresos. De todos los regresos. Y, también, con las últimas naranjas de Sevilla en la alacena. Si las vísperas fueron percibidas como aliento y alimento de futuro, la eósfora –como antónimo de la víspera– se nutre de sentimientos de pérdida y de abandono. Lo que se marchó no deja ver a lo que está llegando o acabará llegando. O está por llegar como porvenir en curso y en hilo. Como si en el hoy y en el mañana no pudiera haber ya ganancia y todo se condensara en esas sentidas pérdidas de lo precedente. Y esa es la elocuencia del desconcierto de lo que sigue siendo igual y continuo. Como son las vidas mismas y como resulta el tiempo que fluye. Y eso, más la presión persistente de la memoria herida, es lo que nos descoloca.

ARCHIVADO EN: Navidad, Sevilla