Les suele ocurrir a todos los que acostumbran a dar lecciones de moral a diario: llega el día que la vida les coloca frente al espejo. Te presentas un día en la tribuna del Congreso como el adalid contra la corrupción defendiendo una moción de censura y al cabo del tiempo te acercas al banquillo del Supremo por lo mismo que denunciaste con tanta vehemencia. De ser un protector del feminismo más radical señalando al hombre como un agresor sexual en potencia, a ser un depredador sin escrúpulos y –ya veremos– si la Justicia no determina que es también un delincuente. Está comprobado que los aspirantes a nuevos mesías son en los que menos hay que confiar. Aun así, no conviene bajar la guardia porque no sólo se camuflan en el ámbito de la política. Los más peligrosos son los que tratan de mimetizarse con la masa como si fueran uno más, aunque haga tiempo que su estatus personal y su cuenta corriente les haya alejado a distancias siderales del español medio.
De Lalachus apenas sabía nada hasta antes de ayer. Leo que su padre es de Corral de Almaguer y que su madre es de Lillo y que le apasiona la cultura de pueblo. Que presume de saber reírse y de ser gente llana. Que ha trabajado 12 años en atención al cliente de 8 de la mañana a 7 de la tarde. Ahora disfruta de las mieles del éxito gracias a Broncano y su Revuelta, el programa que la factoría de marketing de Moncloa llevó a TVE para, con el dinero de todos, contraprogramar al Hormiguero de Pablo Motos, señalado por el equipo de opinión sincronizada como el comandante supremo de la fachosfera. Los elegidos por Sánchez y su tropa para dirigir la televisión pública decidieron que lo más rompedor y progre para empezar el año era contar con Broncano y Lalachus en el programa de las campanadas. La capa y la categoría de Ramontxu y la elegancia de Anne Igartiburu no nos representan, pensaron, y juntar a Íñigo Errejón con Koldo García y Jenni Hermoso hubiera sido demasiado provocador. El término medio fue preparar un poquito de moralina con los nuevos reyes del pueblo cretinizado, en palabro certero de Juan Manuel de Prada. La instrumentalización estaba servida, pero, además de lo esperado, Lalachus –Laura Yustres Vélez– intentó ridiculizar a la religión católica colocando a una vaquilla del Grand Prix en una estampa del Sagrado Corazón de Jesús. No hace falta que se repita una pregunta que muchos se han hecho estos días. Ni esta joven, ni Broncano, ni ninguno de los que le han reído la supuesta gracia se hubieran atrevido a hacer una cosa similar con Alá o con el profeta Mahoma. No hay ni huevos ni ovarios. Mientras unos ponen la otra mejilla, otros responden sin miramiento. Que se lo digan a los de la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
Mientras ellos presumen de modernez, como si de una chiquillada se tratara, los hay que tratan de desairar a Lalachus recurriendo a algo tan infantiloide como burlarse de su cuerpo. Que alguien ridiculice las creencias de la mayoría de los españoles merece una respuesta un poco más elaborada. No se trata de poner la otra mejilla, pero tampoco sacar subfusiles automáticos. La educación no significa sumisión. Lalachus ya no podrá pedir respeto jamás y su exabrupto la perseguirá cuando intente, como suelen hacer, darnos lecciones. Se ha colocado frente a su propio espejo, donde no sale bien parada y no por su físico, que es lo de menos. Bastante tiene. Y mientras generan polémicas sin parar, a ti te han subido el IVA de los alimentos básicos y se incrementan el IRPF y las cotizaciones a la Seguridad Social. La jugada es perfecta para quien continúa acariciando el gatito.