Bajo los pasos de la Semana Santa, se sostiene, por supuesto, el peso de las imágenes, pero también se cargan memorias, aprendizajes y vínculos que trascienden generaciones. Juan Carlos e Iván Mora lo saben bien. Padre e hijo comparten devoción y, sobre todo, la afición de ser costaleros. Una pasión que comenzó como un sueño familiar y que hoy es una realidad que ambos disfrutan hombro con hombro en Semana Santa y en las glorias. La primera vez que compartieron un paso fue durante una salida extraordinaria de María Santísima de la Salud, de la Hermandad del Prendimiento, en un Rosario de la Aurora previo a la pandemia. «Fue sin palio, pero con el paso de salida, hasta la residencia de ancianos», recuerda Juan Carlos. Aquel día fue el comienzo de algo especial, el inicio de una etapa marcada por el trabajo conjunto, la admiración mutua y el respeto por una tradición que, para ellos, significa mucho más que un simple oficio. Iván recuerda que aquella mañana «fue muy bonita» y Juan Carlos, conocido como Mora en los pasos, cuenta que «salí de mi casa muy orgulloso».
Inicios. Juan Carlos empezó en los años 80, en una época muy distinta: «Mi primer costal era una sábana vieja con una morcilla hecha con cinta marrón», relata entre risas, y añade: «Tenía la cara de la virgen de la Soledad pintada como a bolígrafo, una joya». Entonces, no existían cuadrillas organizadas ni ensayos técnicos. «Te ponías debajo del paso como podías», explica. Para él, esa es una de las principales diferencias con la generación de su hijo. Hoy, con más de tres décadas de experiencia, asegura seguir sacando pasos porque aún disfruta: «Mi meta ahora es disfrutar con él. Y el día que no disfrute, me quitaré».
Iván, por su parte, creció entre costales y ensayos. Desde niño acompañaba a su padre, vestido de nazareno o simplemente observando. «Los primeros recuerdos que tengo son del Consuelo y del Corazón de Jesús cuando él era capataz, porque siempre iba con él», cuenta. Cuando tuvo edad, su ilusión estaba clara: quería compartir el paso con su padre. «Siempre ha sido algo que soñábamos los dos». El COVID truncó su debut en pasos grandes, pero tan pronto como fue posible, Iván se estrenó como costalero. «El primer año que saqué pasos, lo hice todo con él», dice con orgullo. Desde entonces, la Semana Santa para ellos ha ganado un nuevo significado: no sólo es fe, esfuerzo y compromiso, también es familia.
Juan Carlos e Iván Mora comparten las liturgias propias del costalero - Foto: Rueda VillaverdeUno de los momentos más especiales llegó en su primer Domingo de Ramos. «La puerta de mi casa se me quedaba estrecha de lo ancho que iba». Ambos fueron juntos a misa, con su mujer y madre, y su hija y hermana, al barrio de los Ángeles. «Nos vestimos en casa, con esa liturgia del costalero cuando se viste un día de Semana Santa, fue un día precioso», recuerda Juan Carlos. Aquel año, compartieron el relevo bajo el paso de la Virgen de la Salud. «Nos metieron en la misma cuadrilla. Hicimos todo juntos. Fue muy emocionante», dice Iván. Ambos coinciden en que la Semana Santa ha cambiado. Para Juan Carlos, el oficio del costalero está más profesionalizado: «Antes no sabíamos nada, ahora se cuidan los detalles, se ensaya, hay técnica». Iván, que representa a una nueva generación de costaleros, también lo nota: «Ahora se cuida mucho la estética. Hay más gente joven, más preparación, y también más postureo». Sin embargo, ambos destacan lo positivo de ese auge. «Lo importante es que entra gente joven, y eso asegura el futuro», subraya el padre.
Pese a los cambios, hay valores que se mantienen. El principal, según Iván, es la humildad: «Es lo que más admiro de mi padre y de su generación. Siempre me dice que un paso te puede poner en tu sitio y que ahí debajo no eres más que nadie». Y aunque los estilos cambian, el respeto mutuo es constante. «Somos muy exigentes el uno con el otro, nos corregimos y aprendemos juntos», añade. En casa, la afición es compartida. Iván empezó con los antiguos costales de su padre, algunos ya rajados, de los que guarda un cariño especial. «Ahora es al revés», dice entre risa, «es mi padre el que me pide mis sacas para ponérselas él». Y más allá del material, comparten rituales, nervios y emoción. «Nos entendemos sin palabras, basta con un gesto para saber cómo va el otro», comenta Juan Carlos.
No todo son momentos fáciles. Ambos han vivido situaciones duras bajo los pasos. Iván recuerda especialmente la salida de la virgen de las Angustias en su primer año: «Rodilla en tierra, el cuerpo ya no respondía, y pensé que no salíamos». Esa misma noche, al recoger la cofradía, su padre lo vio deambulando fuera de la iglesia de la Merced: «Lo miraba y venga para un lado y para otro, y nos dimos un abrazo sabiendo que la pelea había sido dura». Juan Carlos también rememora su peor momento en el palio de la Virgen del Patrocinio, de la Hermandad del Cachorro de Sevilla, cuando tuvo que salir agarrado a una zambrana, completamente exhausto. «Dije: como me suelte, me la pego delante de toda la gente», relata.
Sin embargo, cuando todo sale bien, la recompensa es inmensa. «Cuando terminas y ves a tu hijo, sonriente, sabiendo que lo ha dado todo… ese abrazo, ese beso… eso no se olvida», dice el padre con emoción. Iván asiente: «Me costará mucho el día que no pueda sacar un paso con él, pero tengo que dar gracias por todo lo que hemos vivido», añade. A sus casi 50 años, Juan Carlos no piensa en la retirada, pero ya cree que se acerca. «No sé si me quedan uno, dos años, no lo sé, pero ya lo he conseguido todo, he compartido el paso con mi hijo y ahora sólo quiero disfrutar». Iván, mientras tanto, continúa formándose, con la mirada puesta en el futuro y el oficio aprendido del mejor maestro: su padre.
Porque más allá de la técnica, del esfuerzo físico y de la tradición, lo que Juan Carlos e Iván Mora comparten cada Semana Santa es una herencia que no se mide en kilos ni en pasos recorridos, sino en amor, respeto y orgullo familiar. Y eso, sin duda, pesa más que cualquier paso.