Varios cursos como alumno y colaborador y cuatro años de conversaciones para elaborar una tesis doctoral sobre su vida, su obra y su labor pedagógica. Pocas personas conocían tan bien a Manuel López Villaseñor como Víctor Hugo Chacón, profesor jubilado de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid y discípulo y amigo del maestro ciudadrealeño, del que hoy se conmemora el centenario de su nacimiento. «Era un artista complejo, con una sabiduría técnica que le capacitaba para dominar un amplio abanico de registros», afirma a La Tribuna el pintor bonaerense, residente en España, que tituló su trabajo de investigación Conocimiento y presencia, «dos aspectos que le interesaban mucho a Villaseñor». Fue una tesis muy novedosa, la primera que se hacía en España sobre un artista vivo.
Su paso por Roma, tras ganar una beca por oposición en 1949, le marcó profundamente. «Lo que Villaseñor había traído de Italia era lo que verdaderamente nos interesaba», llegó a afirmar Antonio López, otro de los referentes de la pintura española contemporánea. El artista manchego, que plasmó su tierra de una forma «muy original y profunda» en sus cuadros, sobresalió en sus comienzos por ser «un pintor de una gran capacidad realista, con un dibujo muy bueno que le hacía abordar cualquier tema». Chacón resalta también una fase relacionada con el constructivismo, importada igualmente de Italia: «Construía la imagen y se valía de la geometría, pero no quería saber nada del cubismo».
Pasó del realismo de sus primeros lienzos juveniles a sucesivas fases pictóricas sorprendentes, cada cual más poderosa, como las escenas costumbristas, «muy duras», que se pueden observar en el museo que lleva su nombre. «Villaseñor era un enamorado de la materia, jugaba con ella y hacía de sus muros y texturas una maravilla de composición», añade su discípulo. Su influencia se percibe claramente en la escuela manchega, en un grupo de pintores que «se detienen frente a la realidad para observarla y no sólo de una forma íntima, sino también social». En ese apego y predilección por la realidad visible y cotidiana está su legado artístico.
A nivel humano, Villaseñor era una persona «culta», con la que se podía dialogar de cualquier tema y que dominaba tanto el arte clásico como el contemporáneo: «No era ausente de su época y eso se notaba en su obra». Y era también una persona «bondadosa» a la hora de compartir «tiempo y sabiduría» con sus amigos y alumnos.