Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Sin complejos

14/07/2024

Converso en la plaza Kléber de Estrasburgo con el hijo de uno de los cientos de emigrantes españoles dispersos por toda Alsacia, con orígenes en su caso navarro. Hablamos de unas cosas y otras, pero inmediatamente surge el tema de rabiosa actualidad, la futbolística: «La eliminación de nuestros vecinos alemanes de otro lado del Rin y la de Francia el pasado martes, hace unos años habría sido bastante más difícil de digerir por el hecho de venir de España», me comenta mi interlocutor. «Hoy día», añade, «las cosas han cambiado radicalmente, hasta el punto de que, basta leer la crónica de L´Équipe, para apreciar el respeto e incluso la admiración que despierta España no sólo en el ámbito deportivo, sino en muchos otros».
En efecto, la clave de tantos fiascos sufridos por los hispanos a lo largo y ancho de más de medio siglo, desde el final de nuestra guerra civil, estriba en nuestro modo de caminar por el mundo, como seres llenos de complejos e indecisiones; hasta el extremo de hacer Franco, en la tantas veces aludida final de la Copa de Europa de Selecciones nacionales de 1964 contra la URSS, una auténtica vendetta, algo que iba bastante más allá de un simple evento deportivo, una 'odisea'. 
La pasión del fútbol lo enjugaba todo; una victoria sobre los panzers alemanes, sobre la canarinha brasileira o sobre la URSS nos hacía sacar pecho, como de alguna forma pretendían turcos, ucranianos, rumanos, etc., hace unos días antes de caer fulminados por los de siempre. Es lo que tiene mezclar nacionalismo y deporte. Baste, si no, ver el rostro de Killiam Mbappé cuando se consumó la derrota de Francia. 
El momento clave de la salida de nuestro prolongado ostracismo no es, sin embargo, cosa de la actual generación de deportistas, o futbolistas, sino de la de Casilla, Iniesta, Chavi, Pujol, que, con el 'mago' Luis Aragonés y Vicente del Bosque, llevaron la altísima competición hasta extremos inigualables entre 2008 y 2012, con dos Copas de Europa y la inolvidable Copa del Mundo de Suráfrica con aquel gol in extremis de nuestro querido paisano Andrés Iniesta; todo ello siguiendo el rastro de Pedro Delgado, Miguel Induráin, los hermanos Gassol, Marc Márquez, y otros muchos, acabando en nuestro eximio Rafael Nadal, cuyo nombre es hoy día paradigma de éxitos rayanos en el heroísmo, la nobleza, la solidaridad y todo cuanto el deporte pueda entrañar de honesto y saludable.      
El español actual es un hombre sin complejos, tenaz, honesto, lleno de tesón y, como tal, convencido de sus capacidades y cualidades. Por ello, y pese a su genio nacionalista, sabedor de que más allá de su PH, hay un ser humano dispuesto a dar lo mejor de sí mismo por dar una alegría a su parroquia y grabar su nombre con letras de oro.
 «No sé si España ganará o no la final de este Campeonato a Inglaterra, cosa que no me extrañaría», siguió comentando mi interlocutor con todo el énfasis del mundo; «pero le aseguro», añadió, «que como ciudadanos modernos hemos dejado, o estamos a punto de dejar, aquella rusticidad ancestral que tanto nos perjudicó en determinados momentos de nuestra historia». Y prosiguió su discurso con palabras doctas de historiador, perfecto conocedor de las filias y las fobias que, por culpa de siglos de ignorancia y laxitud, nos fuimos granjeando, hasta terminar siendo presa de nuestros miedos, supersticiones y agravios.
Lo cierto es que, independientemente del equipo ganador, este Campeonato de Fútbol de Alemania, nos deja grabadas con letras de oro el nombre de Lamine Yamal, una criatura, un niño de dieciséis años, educado futbolísticamente en la barcelonesa Masía, que, en un futuro próximo los grandes clubs del Continente se lo disputarán.