Resulta que, según sus propias declaraciones, el ministro Óscar Puente tiene un equipo ministerial de asesores contando insultos. En concreto, se trata de los insultos que le lanzan a él los articulistas en las columnas periodísticas. Según sus cuentas, desde el pasado mes de septiembre hasta el pasado mes de marzo, han contabilizado cien columnas de opinión en más de treinta medios nacionales y regionales, en papel y en digital, en las que se le insulta.
Y la cosa no se queda ahí, ya puestos en tan ingente y trascendental tarea para el Ministerio, dejando al margen minucias como el AVE a Vigo, el precio de los billetes de 'Ouigo' o la cuestión de Víctor Aldama acompañando a Ábalos a recibir a Delcy Rodríguez en Barajas, los asesores han hecho también un listado de insultos. Una joya que reproduzco aquí en alguna de sus vertientes de las relaciones de insultos que he encontrado por ahí, al tiempo que manifiesto desde esta columna, para que no me contabilicen a mí, por lo que pueda pasar, la enorme injusticia que supone este trato tan vejatorio, abusivo, arbitrario y desaforado que se le da a tan insigne, ilustre, distinguido y egregio personaje por parte de los desaprensivos columnistas. Vean, vean lo que le dicen esos desalmados al pobre Óscar: "sectario, dictadorzuelo, machista, faltón, provocador, maleducado, bruto, chulesco, arrogante, vacilón, pitbull, agresivo, grosero, ministro follonero, violento, tuitero gamberro, arrogante, macarra, bocazas oficial, gañán, boca-chanclas, barriobajero", entre muchos otros. Y el recuento sigue con algunas expresiones como que: "brilla como un mingitorio, no conoce más que la verborrea y los puños, vergüenza para la política, hooligan del sanchismo, neandertal político, mezcla al 50% de Koldo y Ábalos, premio al matonismo parlamentario, jabalí del Gobierno o mamporrero del régimen sanchista", entre muchos más.
Lo positivo del asunto es que a partir de ahora puede que el recuento de insultos venga a mejorar el nivel de ingenio y la calidad literaria de los columnistas vigilados, tirando del eufemismo y la ironía. Insultar puede resultar un arte si se hace con inteligencia y finura intentando que el insulto pase desapercibido para los contadores de insultos y lo computen como un halago. Algo así como hacían Francisco de Quevedo o Luis de Góngora, esos dos grandes poetas del Siglo de Oro español. Y vale tanto para el insulto como para la crítica política o para decirle a alguien lo que se quiera.
Todos conocemos esa leyenda sobre Quevedo, que se apostó con unos amigos que era capaz de decirle coja a la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, que arrastraba una cojera evidente y no admitía bromas sobre esa cuestión. Se dice que Quevedo ofreció a la reina un clavel y una rosa y le dijo: "Entre el clavel y la rosa, su majestad escoja".