Dice la gente en la calle que Ciudad Real últimamente está irreconocible por los muchos eventos que hay. Ahí estaba la Noche Blanca cervantina para corroborarlos. En torno a las nueve de la noche, en la Plaza Mayor hacía un tiempo apacible de verano que ya sabemos que decaerá este fin de semana. Y se veía en ella algo incluso mejor que estar abarrotada: el hormigueo de la gente, las ganas de estar fuera, el público de muy diferentes edades, el ritual de la conversación.
Noche blanca significa iluminación, pero una muy particular: la que ofrece a las ciudades la presencia del arte en sus espacios abiertos. La inauguración de esta se produjo cuando ya estaba todo el mundo expectante, en el balcón del reloj, donde el grupo de teatro Bravorán representaba la obra El reloj carrillón vive la Noche Blanca cervantina. La declamación difusa, el caótico fondo de zanfoñas en el otro extremo de la plaza y los cantes de Perrate para terminar fueron los tres puntazos de la función.
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Ritmos afroamericanos en General Aguilera o Plaza del Pilar, zapaterías con descuentos, no hay feria mala, raperos con guitarra eléctrica incorporada debajo del quiosco del Prado y bailarinas en el escenario del Ayuntamiento fueron algunos de los espectáculos que se pudieron contemplar durante horas en que la ciudad abría y cerraba, a la vez, este adelanto del verano que aún dará un último respiro.