En efecto; terminaremos comiendo sólo plástico, de modo que la descripción que la Xunta de Galicia hace de los millones de bolas de polietileno que ha arrastrado el mar hasta las playas gallegas, asturianas y cántabras, que son "aptas para el consumo alimentario", nos tranquiliza, no pasaremos hambre.
Pero la equívoca, si es que no sólo ágrafa, descripción de esas bolitas, tomada del informe que un "experto" particular hizo deprisa y corriendo sobre ellas, contiene un fondo involuntario de verdad: casi todo plástico es ya "apto" para la alimentación, y hasta el extremo de que cada vez es más difícil discernir qué es más de plástico, si el tomate o el fiambre de la bandeja expuesta en los lineales o los sucesivos envoltorios de plástico que los recubren.
Cuando las criaturas del mar se coman las bolitas, y lleguen luego a las pescaderías, y de ahí a nuestras mesas, se disipará esa incertidumbre, pues todo, pez y envase, serán un único plástico en nuestras bocas, miríadas de nanoplásticos navegando por nuestros torrentes sanguíneos y penetrando en nuestras células.
Ahora bien; la Xunta de Galicia, que ha tardado un mes en enterarse de que tiene que hacer algo para sacar de los arenales toda esa mierda en forma de bolitas, no sólo cree o quiere hacer creer que son aptos para el uso alimentario (el plástico, el petróleo, nunca deben tocar los alimentos), sino que afirma categóricamente que no son tóxicas, como si los xunteiros se hubieran encontrado divinamente, satisfechos y ahítos, después de haberlas degustado. Pues nada, si el plástico en cualquiera de sus formas, fases y variantes no sólo no es tóxico, sino que es apto para el uso alimentario, contribuyamos a la alimentación del futuro arrojando al mar más bolitas, y más patitos amarillos, y más papel-film de ese que lllevaba otro de los contenedores del "Toconao" caídos al agua, a ver si procrean y tienen muchos microplásticos.
Esos barcos que no son barcos, sino como bloques flotantes de viviendas de cuatro o cinco pisos habitados por cientos de contenedores, apilados por gravedad y sin sujeción alguna, sarpullen los mares trayendo y llevando productos a menudo inconfesables, y raro es el día en que no caen algunos al mar, liberando en sus atormentadas aguas, como el "Prestige" aquellos "hilillos" de Rajoy, el tósigo que contienen. Menos mal que en ésta ocasión han sido bolitas nada tóxicas, aptas para el uso alimentario, el menú del mañana.