rganizar un concierto en una plaza al aire libre sin sillas para el público, sin tarima para los músicos y sin el boato de un espacio preparado -sólo una pancarta daba el nombre de la academia de música organizadora-, puede ser una incomodidad cuando un bebé empieza a hacer pucheros o cuando el viento alborota las partituras sobre el atril de la directora. Pero el corrillo que forman todos juntos genera complicidad entre intérpretes y espectadores e inspira el simple disfrute de la música.
Algo así ocurrió ayer en la plaza de la Constitución, cuando medio centenar de alumnos de todas las edades y profesores de la Escuela Mousiké dieron rienda suelta a sus capacidades ante un público formado, inicialmente, por familiares de los propios intérpretes a los que poco a poco se sumaron otros usuarios del espacio urbano.
La directora del centro y primera batuta del espectáculo, Lucía Donoso, indicó que el objetivo de este acto era «mostrar lo que hemos trabajado durante el curso, pero no es un concierto preparado, sino que nos hemos juntado profesores y alumnos y hemos decidido sacar fuera lo que hemos aprendido».
A pesar de ello, las primeras interpretaciones, con una pequeña banda que respaldaba a un coro formado por los más pequeños, dejó clara la coordinación y calidad adquirida por los chavales, ya con dos clásicos del cancionero infantil, Dónde están las llaves y Estaba el señor don Gato. Ya antes de comenzar, Donoso calificó el repertorio preparado para la velada de «muy divertido», pero al mismo tiempo avanzó la predisposición de los músicos a cambiar sus planes sobre la marcha «según veamos la disposición del público».