Con una docena de novelas en su trayectoria, Miguel Aranguren intenta ahora ofrecer una visión amplia, literaria, canónica y, sobre todo, apasionada de la Tauromaquia para acercarla a los antitaurinos, pero también a los profanos que se acercan a las plazas por primera vez e, incluso, a todos aquellos que ya son aficionados a la Fiesta.
¿Cómo surge la idea de este libro?
Yo soy aficionado desde niño. Las Ventas es mi segunda casa, porque he pasado muchas, muchas, muchas tardes en la plaza, y he disfrutado tanto que buscaba la manera de devolver a la Fiesta esta pasión que me ha regalado. Coincide, además, con que desde hace cinco años acompaño a un torero, a Ruiz Muñoz, lo que me ha permitido conocer la Fiesta por dentro: el día de la corrida, el miedo, el silencio de cuando no suena el teléfono, los aduladores, qué pasa cuando desaparecen los aduladores, el campo, el tentadero, la planificación, el sastre… Entonces surgió la oportunidad y me lancé. En principio iba a ser una novela, de la novela pasé a los relatos y luego escribiendo los relatos me di cuenta de que cada dos por tres tenía que parar para hacer una anotación a pie de página para que la gente entendiera qué significaban tantísimos términos taurinos y así poquito a poco, llegó este libro.
¿Y por qué para antitaurinos?
Porque yo soy un convencido de que la Fiesta no hay que defenderla, hay que explicarla. Una vez que la has explicado, ya cada persona que decida: 'Oye, mira, a mí esto no me gusta, o sigo pensando que el animal me da mucha pena, o no me gusta la sangre, o no quiero pasar miedo, o lo que sea'. Genial, pero por lo menos la has conocido.
Sin embargo, al leer el libro da más la sensación de que es un manual perfecto para el que empieza a acercarse a la Tauromaquia.
Podría ser, podría ser. Suelo decir que es un libro para todo tipo de lectores. El gran aficionado lo disfruta, porque va añadiendo anécdotas que a lo mejor no conocía, o también reafirmando su fe taurina. El espectador casual se informa, y se sorprende de que la Tauromaquia es algo más que sentarte en un tendido. Y luego el que no sabe nada de toros, e incluso puede tener cierta percepción negativa, pues a lo mejor no lo va a leer de principio a fin, pero sí se detendrá en determinadas cosas que le llamen la atención, y yo con eso ya me quedo encantado. Por último está el antitaurino furibundo con el que es imposible hablar.
¿Qué es lo más complicado de contar del mundo del toro?
Lo más complicado es contarlo en el tiempo en el que vivimos. Es decir, hacer compatible la Fiesta con las ideologías woke, con esa manera de pensar en la que la vida es una lluvia de flores donde el esfuerzo no cuenta, donde el triunfo te llega inmediatamente, donde la enfermedad se esconde y de la muerte no se habla jamás. Por eso la Tauromaquia es una fiesta del pueblo, porque antes todo eso estaba perfectamente incardinado en la belleza de la vida, es decir, formaba parte de ella. Por eso, creo que lo más complicado es cómo se lo cuentas al joven de hoy. Pero es curioso, porque luego resulta que sale Enrique Ponce a hombros en Madrid y el ruedo se llena con 200 o 300 chavales, que son chavales de su tiempo. Esto quiere decir que también la fiesta de los toros ahora mismo es una especie de respuesta a esta ideología woke.
¿Y cómo surgen las ilustraciones?
Hay una frase que me encanta y que la utilizo en el libro, y es que el toreo es el arte de lo inmediato. Porque es un arte que no se queda grabado. En la pintura o en la escultura nosotros lo que vemos son escenas quietas de un espectáculo en movimiento. Yo de pequeño me venía a Las Ventas con mi cuaderno y me daba cuenta de la enorme dificultad de representar el movimiento y que a la vez las figuras fueran reconocibles. Además, ha habido una tradición, sobre todo periodística, hasta los años 70 y 80, de que muchas de las crónicas iban acompañadas por ilustraciones y quise también hacer ese guiño.
¿Hay la posibilidad de que los relatos que aparecen en el libro se conviertan en algo más largo?
Yo soy novelista, nunca había escrito relato. Lo que pasa es que me parecía que, con esa intención de llegar a un público muy variado, seguramente un relato más elaborado, más largo, podría incluso llegar a saturar. Pero sí que tenía intención de escribir relatos muy alejados del tópico.
Los aficionados siempre dicen que al toreo le falta una gran película. ¿Y le falta una gran novela también o Chaves Nogales (Juan Belmonte, matador de toros) es imposible de superar?
Es difícil superarlo, pero en general creo que el ámbito taurino se conforma demasiado con lo pasado. Siempre recurrimos a Hemingway, a Picasso, a Goya... Que están muy bien, pero ya están muy vistos. Hay gente muy moderna y que hace cosas muy buenas. Así que seguramente hay espacio para esa novela. Pero hay que pensarla muy bien y luego el editor tiene que ser valiente.
Y si le diera a usted por escribir esa novela, ¿tiene alguna idea?
Te hablaba antes de mi experiencia junto a Ruiz Muñoz. Acompañar a un torero, vivir su día a día, su ámbito, su ambiente familiar, el miedo, el éxtasis del arte… El esfuerzo, el mérito, la estética, el arte y la cultura tienen una fuerza radical en sus vidas, empapa todo lo que hacen. Creo que esta gente es heroica o tiene detrás historias heroicas.
En el libro señala varias veces la idea de que el enemigo más peligroso de la Tauromaquia está dentro. ¿Eso tiene solución?
En otros países sí. En España no. O no por ahora, porque está enquistado. Vemos que los subalternos van por un lado, con una reivindicación muy sindicalista aunque les falta un poco de profundidad y de ver las cosas de lejos. Por otro lado están los empresarios, que es un mundo pequeño, y que algunos además son empresarios, ganaderos, apoderados... Y son los que hacen que todas las ferias sean un calco: los mismos carteles y los mismos toreros. Nunca en toda la historia del toreo los matadores han durado tanto tiempo, con carreras de 25 o 30 años. Eso limita muchísimo la entrada de toreros nuevos, y genera muchísimas frustraciones por tantos sueños rotos que se quedan por el camino al no haber oportunidades.
¿Es posible volver a esa meritocracia que había antes en la Fiesta o ya es una guerra perdida?
No debería de serlo. Por ejemplo, en Madrid, yo creo que casi todos los aficionados recordamos como un chaval si salía por la Puerta Grande en San Isidro, al final de feria estaba colocado otra vez. O si salía un domingo a hombros, a la semana siguiente volvía a torear. Y a los matadores, sobre todo a los humildes, que salían por la Puerta Grande, les cambiaba la vida. Y ahora eso no ocurre.
Madrid, Sevilla, Bilbao, ¿con qué plaza te quedas?
Madrid siempre, aunque la odie a veces. Pero es verdad que elegir plaza me cuesta mucho, porque me parece que cada plaza tiene su ambiente, su entorno, sus aficionados y su manera de entender la Fiesta.