Cada ictus es un mundo

Hilario L. Muñoz
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A Ángela se le paralizó la mitad del cuerpo, mientras Rocío se quedó sin habla. Son dos pacientes de la unidad creada en 2023 en Ciudad Real

Cada ictus es un mundo - Foto: Rueda Villaverde

El pasado 24 de abril a Ángela Avellán le cambió su vida. Estaba en casa de su sobrina, en Porzuna, a punto de comer cuando notó que se le dormía el brazo. Unos minutos después, pidió a su hermana que llamara al 112. A las dos horas estaba ingresada en la Unidad de Ictus del Hospital General de Ciudad Real, donde estuvo monitorizada cinco días. «El habla no lo perdí. Eso me ayudó muchísimo a mantener la calma».

Precisamente eso fue lo que perdió Rocío Campos el pasado 12 de diciembre. «Estaba en casa hablando por teléfono y cuando colgué, mi marido me hizo una pregunta, yo pensaba que estaba contestándole», pero solo le estaba diciendo «sí, sí». Al llegar al hospital, también subió a la 5C, la zona del hospital donde está la unidad creada en abril de 2023. 

La Unidad de Ictus del Hospital de Ciudad Real atendió en su primer año, hasta abril pasado, a 370 pacientes, más de uno al día. En esa unidad hay cuatro camas, monitorizadas las 24 horas por una veintena de profesionales, en el que siempre hay una técnica de cuidados, una enfermera y un médico, que analizan cada parámetro. «Son pacientes jóvenes, con 40, 50 o 60 años» los que llegan a la unidad, explicó la enfermera Laura Barrios, lejos de la idea de la persona mayor que sufre un ictus. Con esa monitorización, el objetivo es «identificar el motivo por el que le ha podido dar el ictus» y evitar que haya segundas complicaciones. Barrios recordó que los pacientes tras un ictus necesitan «mucha rehabilitación» y quien quiere avanzar debe trabajar con fisio, terapeutas o logopedas.  

Cada ictus es un mundoCada ictus es un mundo - Foto: Rueda VillaverdeEn esa unidad, cuando se quedó sola, fue cuando Ángela comprendió que le «había cambiado la vida» en un instante. «Le pedí a Dios no perder la calma, tener la cabeza positiva» y esa actitud fue lo que hizo que moviera dos dedos durante el mes que estuvo hospitalizada en el hospital. «Lo celebraron las enfermeras como si fuera una fiesta», recuerda. Cuando iban a darle el alta llegó la «incertidumbre». Ella vivía en el campo, que ha tenido que dejar por la ciudad, su independencia por vivir junto a su hermana, que es quien la cuida, aunque reconoce que ha tratado hacer todo lo posible por sí misma. «He estado siempre positiva, con ganas de luchar contra la enfermedad y con mucho coraje». «Desde que me levanto hasta que me acuesto soy autónoma total», indica sin preguntarse tampoco que será de ella en el futuro, aunque sueña con «volver a conducir», un sueño que hace solo unos meses, cuando no podía mover nada de su lado izquierdo, parecía imposible. «Dicen que cada persona es un mundo», señala, porque «nadie sabe» si después de un ictus pueden recuperarse.

«Con mucho esfuerzo, mucho logopeda, mucho trabajo y mucha gimnasia facial», recuperó el habla Rocío, quien pasó los primeros meses tras salir del hospital, tratando de reírse de sí misma. «Como hablaba tan mal, era yo misma la que me empezaba a reír», mientras su familia servía de apoyo para avanzar. Ella es consciente de que la unidad le salvó la vida. «La velocidad con la que me trajeron me hizo no estar peor».

Que sean dos mujeres las que hablan del ictus es algo estadístico. «Es la primera causa de muerte en mujeres, la segunda en hombres y la tercera causa de discapacidad», señala la enfermera Barrios, quien recuerda que «hay factores de riesgo que son modificables, como la hipertensión, el tabaco y el alcohol, la diabetes, el colesterol, ser sedentario, la obesidad y sobre todo la dieta». Luego hay otros como la edad, el sexo o la fibrilación auricular, que no se pueden cambiar. Ella forma parte de un equipo que analiza esas causas, buscando crear una red de prevención en la sanidad.

Ángela, en silla de ruedas y empujada por su hermana, dialoga con Rocío y la enfermera Laura Barrios.Ángela, en silla de ruedas y empujada por su hermana, dialoga con Rocío y la enfermera Laura Barrios. - Foto: Rueda Villaverde«Yo siempre he cuidado mi alimentación, desde mis 26 años y tengo 69», señala Ángela. Esto cree que le ha ayudado a recuperar parte de lo perdido. Eso sí, tenía hipertensión, por eso, tras su experiencia, recuerda la importancia de «hacer caso» a los médicos. «Si me hubiera controlado la tensión, quizás no hubiera acabado en Urgencias». Por este motivo quiere hacer hincapié en concienciar a la gente de que «se cuide». 

Cada ictus es un mundo
Cada ictus es un mundo - Foto: Rueda Villaverde
«Tienes que vivir, tienes que salir, tienes que hacer todo lo que puedas porque te vas y no te enteras», comenta por su parte Rocío, que a sus 52 años, es consciente de que ha vuelto a nacer. «La vida te da otra oportunidad y te agarras a ella para vivir».