Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Corpus fugit

03/06/2024

Sesenta días desde la Pascua de Resurrección y para unas cosas parece que fue ayer, y para otras que transcurrieron mil años.
Reconozco que me cuestan las procesiones. Supongo que por mi natural solitario y porque, no lo niego, a veces por mi carácter me pasa cada vez con mayor frecuencia que, ya no digo tres, sino que incluso uno… se me hace multitud.
Y lógicamente, el Corpus es la procesión de las procesiones tanto para los que íntimamente llevan la procesión por dentro como para los que, social y estéticamente, la procesión siempre va por fuera. 
No les pretendo llevar a engaño. No niego que me fascina todo lo que envuelve y significa algo tan intenso y señalado como el Corpus, pero también me aturde, me duele, me duda, me hiere, me salva, me condena, me afirma, me contradice. 
Me revuelve y me hace fiera, tierna, dura, débil, ansiosa, dulce, venenosa, frágilmente humano esa explosión e implosión de Fe, de fe, de ritual de lo habitual, el Ritual de lo excepcional, las historias, la Historia, la eternidad de lo efímero, lo efímero de la eternidad, los fastos, la arquitectura y la anatomía del instante, la entrega, el compromiso, la devota ilusión. 
Y reconozco que también me abruma el peso de los siglos, la inacabable bibliografía de cada detalle, la persona, las personas, los cientos de personas, los miles de personas, lo religioso, lo profano, lo popular, lo folclórico, lo supersticioso, lo superficial, lo invisible, lo ausente, lo vacío, lo profundo, el otro, los otros, él, Él, ella, Ella, la gente en la ciudad, la ciudad sin gente, la ciudad ingente, la ciudad insultantemente vanidosa, la humilde ciudad, lo que es, lo que Es… esa monumental encrucijada emocional, sentimental, intelectual inefable e inabarcable donde todo fluye, todo confluye irremediablemente.
Y supongo que no puedo, no quiero, dejar de observar al que se queda en el detalle, al que se centra en lo más íntimo, al que se hincha con el fasto, al que se diluye con el paisaje, al que se siente parte del todo, al que se sobrecoge, al que de pronto se da cuenta de dónde se ha metido y lo que le queda, al que se lo toma con deportividad, al que se derrite al sol, al que está para figurar y apenas le miran, al que está aunque no se le espera, al que espera aunque no está, al que destaca sin pretenderlo, al que simula que no le importa que le observen mientras ficha a todo el mundo, al que produce sofoco con la hoguera de sus vanidades, al que te mira con suficiencia desdeñosa desde un balcón privilegiado al que nunca te invitarán, el tiempo de silencio, el murmullo, las salvas, las flores que se imponen, las que no ha soportado la presión y están en el suelo pisoteadas, el olor, el temblor, los suspiros anhelantes, la novia del cadete, los que recuerdan, los recordados. 
Lo pasado, nuestro presente, el incierto futuro.