Tienen correo electrónico, les gusta estar al tanto de lo que pasa en el mundo e incluso hace tiempo que retiraron las antiguas celosías que les impedían estar cara a cara con las visitas. Son las monjas de clausura del siglo XXI, un claro reflejo del famoso dicho ‘renovarse o morir’. «Tenemos que adaptarnos a los nuevos tiempos», afirma Sor Ana, la madre vicaria del Monasterio de Nuestra Señora de los Remedios de Yunquera de Henares. Este convento es uno de los doce que existen en la provincia de Guadalajara dedicados a la vida consagrada y la muestra más evidente de la modernización y la apertura a la sociedad que, lentamente, la Iglesia Católica va introduciendo en alguna de sus facetas.
Conocer de cerca la vida de estas religiosas, tanto si se es creyente como si no, es una experiencia que marca. Se esfuma por completo ese halo de lejanía, misterio y hasta de miedo que tradicionalmente ha rodeado la vida en clausura. Todo lo contrario. Son personas cercanas, afables, alegres y muy ilusionadas. Transmiten tanta paz y serenidad que las horas a su lado se convierten en minutos. «La vocación contemplativa es un regalo de Dios, es algo muy grande», afirma con emoción, Sor Natividad, la madre priora del convento. «Me ha tocado un lote hermoso y me encanta mi heredad. Estoy plenamente feliz en mi vocación», añade Sor Ana. Eso sí, no tienen ningún inconveniente en reconocer que, en su medio siglo de entrega a la oración, han tenido momentos de debilidad. «Claro que sí, hay pruebas. Como los que se casan. Lo hacen enamoradísimos y luego la vida les trae acontecimientos no previstos que tienen que superar», dice Sor Natividad. «Estamos hechas de la misma materia que los demás», recuerda Sor Ana.
Falta de vocaciones. En la actualidad, nueve monjas conviven en este monasterio dedicado a la orden de los Jerónimos. En sus mejores tiempos, llegaron a ser 18. También hace 18 años que no entra savia nueva. Sale a relucir uno de los grandes problemas que sufre la Iglesia hoy en día: la falta de vocaciones. «No hay relevo generacional. Es algo que sentimos mucho», se lamenta Sor Natividad. Una consecuencia directa de esta realidad es el envejecimiento de los conventos. En Yunquera de Henares, las edades de las hermanas están comprendidas entre los 45 y los 81 años. «Estamos ajustadas al plan de Dios. A nosotras nos toca simplemente el presente, crear el ambiente adecuado para que puedan desarrollarse próximas vocaciones. El futuro es ya cosa de Dios», comenta con cierta resignación Sor Ana.
Como ocurre en la mayoría de las congregaciones, las hermanas más jóvenes han llegado gracias a la inmigración, un fenómeno que está siendo vital para la supervivencia de la mayoría de los conventos españoles. En este caso particular, cuatro de las nueve hermanas proceden de la India. El resto, las de edad más avanzada, son de diferentes puntos de la geografía española.
Estas religiosas llevan una vida dura y austera dedicada casi íntegramente a la oración que es «la tarea que tenemos encomendada los monjes y monjas de vida contemplativa para ser fermento de lo que hace la Iglesia», explica Sor Natividad. «Es como la luz que está en una lámpara. Para poder funcionar necesita unos cables internos que no se ven. Ésa es nuestra vida. Los cables internos hacen su labor sin que sea algo público ni llamativo». La madre priora utiliza esta metáfora para explicar la importancia trascendental que el rezo tiene en la razón ser de los religiosos de clausura. «Aquí rezamos por todo el mundo. Nos llama mucha gente para que recemos por sus enfermos, por sus seres queridos y lo cogemos como cosa propia. Tenemos una lista grande que se va renovando», señalan.
Un día en el convento. Las seis menos cinco de la mañana es el toque de diana en el convento. Las hermanas se preparan y, a las 6,20, están listas para el rezo solemne y cantado de Laudes. De 7,00 a 7,45 es el momento del Lectio Divino o estudio amoroso de la palabra de Dios. A continuación, es el turno del desayuno, media hora de oración personal, el rezo de Tercio y la Eucaristía, que comienza a las nueve de la mañana y está oficiada por el párroco de Yunquera. «Es una misa abierta al público, puede venir quien lo desee», aclara Sor Ana. Las hermanas se sitúan en la parte derecha de la pequeña capilla que tiene este monasterio mientras que los visitantes ocupan los bancos de la zona central. Aquí, tampoco hay rejas que separen a las monjas del resto de fieles.
Una vez finalizada la Eucaristía, cada una de ellas se dedica al oficio que tiene encomendado ese día (cocinera, servidora de mesa, lectora, jardinera, limpieza, etc). «Está todo muy organizado. Cada una sabemos cuál es nuestra obligación y todo va rodado. La casa es muy grande, hay mucha tareas que hacer y somos pocas», explica Sor Ana. A la una y media, de nuevo a rezar. En esta ocasión, la oración de Sexta. Después, es momento de comer y hay unos minutos de recreo y expansión mientras las hermanas friegan y recogen. De tres a cuatro de la tarde, hay una hora de escrupuloso silencio para facilitar el descanso. Seguidamente, el rezo menor de Nona y una lectura en común que da paso al tiempo de las labores.
La especialidad de las Jerónimas de Yunquera de Henaers son las velas, que se dedican a pintar con extraordinaria destreza, delicadeza y esmero. «Pintamos cirios para iglesias, velas de bautizo, comunión, confirmación, bodas», comenta la madre priora. El convento tiene habilitada una pequeña tienda donde se venden estas obras artísticas de cera y también otros productos litúrgicos. Junto con sus pensiones, ésta es la principal fuente de ingresos del convento. «Somos totalmente autónomas. No recibimos dinero del Obispado», aclara Sor Natividad sin ocultar las dificultades económicas que permanentemente padecen para poder sacar adelante el recinto de más de una hectárea en el que residen.
De cuatro a seis , también pueden recibir visitas. La jornada continúa con el rezo solemne de Vísperas, un tiempo de estudio y oración personal, la cena y, por último, el rezo de Completas, que resume todo el día y durante el cual las hermanas ponen en común y piden perdón «por los rocecillos o arañazitos a la exquisitez de la convivencia que hayan podido surgir», comenta Sor Ana. «Nos unió en uno el amor de Cristo, somos hermanas, pero hay que ser realistas, nuestras debilidades salen igual. Ser monjas no nos confirma en perfección». A las diez y media de la noche, se retiran hasta el día siguiente que vuelve a repetirse la misma rutina.
«Mucho amor». Pero, ¿cómo ven estas religiosas desde dentro la vida de fuera? «Con preocupación ante el desafecto que hay entre las personas», afirman. El problema de los refugiados, las «duras, tremendas y desgarradoras» consecuencias que la crisis económica ha tenido en muchas familias y la falta de entendimiento entre los políticos españoles, «que son como una Torre de Babel», son varios de los problemas que más les inquietan, tal y como señalan. Pero, sobre todo, destacan que miran al mundo exterior «con misericordia y con mucho amor». Es ese mismo amor y cariño que ellas irradian en su día a día.