De la noche a la mañana, en Europa resuenan nuevos ecos de guerra. El 'kit de supervivencia' que aconseja la Unión Europea para los ciudadanos de los países miembros ha despertado los peores temores, los de las bombas cayendo sobre las ciudades, la falta de alimentos o la población buscando un refugio frente al arsenal que disparan los aviones enemigos. Lo que todavía nos suena a película de ciencia ficción, a pesar del drama que se sufre en Ucrania, se esboza como una posibilidad vinculada al rearme de la Unión Europea.
La nueva advertencia de las instituciones europeas trae consigo un escenario negro, recuerdo de otro tiempo, como el que vivió Ciudad Real con motivo de la Guerra Civil, cuando se llegaron a habilitar en Ciudad Real hasta 307 cuevas o sótanos como espacios antiaéreos. La mayoría eran de particulares, que estaban obligados a abrir las puertas a los vecinos en caso de bombardeo. Pero de estos refugios apenas queda nada.
Lo recuerda a La Tribuna el historiador de la Universidad de Castilla-La Mancha Francisco Alía, que en base a la documentación y la investigación dio a luz a un libro y posteriormente a un vídeo al respecto. Literalmente, se cuentan con una mano las cavidades de este tipo que quedan en la ciudad. Se trata de las que hay en los edificios públicos, en concreto, las galerías que se rehabilitaron recientemente en El Torreón y que se cerraron después por problemas de humedades; las cuevas que se conservan en el Museo de la Merced, que eran una antigua bodega para conservar los productos en frío en el convento; las que hay en el Elisa Cendrero, para el uso de la familia que era propietaria, y las del antiguo casino, quizás la más amplia de todas.
Refugios perdidos entre los ecos de una nueva guerra - Foto: Tomás Fernández de MoyaSin embargo, Alía indica que todas ellas «son pequeñas», por lo que, en caso de bombardeo aéreo, apenas podrían ser utilizadas por un centenar de personas, «no creo que muchas más».
Derribo urbanístico.
«En Ciudad Real fue una pena, porque lo tiraron todo» fruto del crecimiento urbanístico que experimentó la ciudad «a finales del siglo XX y principios del XXI». «Cuando iban a derrumbar una casa y había una cueva, tenían obligación de llamar a los arqueólogos, que hacían un expediente, una fotografía, la documentaban y luego les autorizaban a derribarlas y hacer los pisos», detalló este profesor de la UCLM.
Aquellas casas viejas, de la entonces 'capitaleja', dieron paso a bloques de pisos, los que necesitaban además «una cimentación más profunda», incompatible con el mantenimiento de estas cuevas o sótanos, y donde además se construyeron parking o sótanos para dar servicio a las nuevas construcciones, más acordes con las de una ciudad que crecía.
La alternativa.
Sin embargo, esto hace que Ciudad Real no cuente ahora con esos posibles refugios, que en su caso, se tendrían que sustituir por los parking o los sótanos. «Ciudad Real no está preparado para eso», reconoció Alía, señalando una gran diferencia, y es que los realmente refugios antiaéreos «tienen forma en zig zag para evitar la onda expansiva en caso de que se meta una bomba, nunca eran rectos».
La supresión de este tipo de cavidades no fue exclusiva de Ciudad Real, sino que fue «la tónica general». «Albacete tenía un refugio antiaéreo para 2.000 personas en la guerra y lo tiraron todo para hacer pisos y se ha quedado uno en el Altozano que caben unas 200 personas».
La excepción, no obstante, puede encontrarse en Tomelloso, donde Alía recuerda que se conservan muchas cuevas, quizás, apunta, por dos motivos: su vinculación con el mundo del vino y su uso como bodega o similar, y la menor construcción urbanística de pisos.
En su libro, Alía relata que Ciudad Real fue una ciudad de la retaguardia republicana, en la que no se libró batalla, pero en la que hubo «muchos servicios militares, como adiestramiento de soldados, instalación de polvorines o almacenes de todo tipo, incluido de armamento». Con la Guerra Civil, la construcción de más refugios no fue posible. «Adujeron que no había dinero y que no había materiales para su construcción, sobre todo, cemento y hierro», de ahí que echaran mano a estas cuevas de particulares para anunciar su uso como refugios. De hecho, la relación de las mismas se publicó en la prensa local de la época para que los ciudadanos supieran exactamente a dónde dirigirse en caso de bombardeo.
Así, pese a que estos refugios apenas se utilizaron, la investigación de Alía permite «que conozcamos 307 cuevas y refugios localizados perfectamente que había en la ciudad en agosto de 1936», unas cavidades ya desaparecidas que ahora se rememoran con los ecos de una posible nueva guerra.