Hubo un tiempo, y no lejano, en que los sindicatos eran cosa de obreros y sus dirigentes referentes sociales admirables. Pongamos que hablo de Marcelino Camacho y el recientemente fallecido Nicolas Redondo Urbieta. Proclamo, con orgullo, haber sido amigo de ambos. Pero aún más de quien fue mi maestro de vida y ética en los años mozos, por cuando la Dictadura coleaba con furia barruntando su final, Antonio Rico Niño, el héroe, porque lo fue, de la lucha obrera, las huelgas de Vicasa (Azuqueca de Henares) y de la construcción en Guadalajara allá por los años 1973 y 1974, donde te podías jugar hasta la vida, y no es metáfora, como sucedió en San Adrián de Besos o Vitoria y tenías garantizada la represión, calabozo y despido. Eso le sucedió a Antonio tras la de la vidriera que sería luego el escenario, merced a la democracia, libertad y amnistía logradas, de su vuelta hombros de sus compañeros a la fabrica. Un momentos feliz, un triunfo pacifico y de gran esperanza en el futuro. Hoy de aquello y de aquel sindicalismo no quedan ni las raspas.
Antonio Rico Niño era un sindicalista cuando la palabra contenía una gran dosis añadida de respeto. Por una muy sencilla razón: que se lo habían ganado, primero y ante todo, ante sus compañeros y luego ante la sociedad entera. Se lo ganaban en el tajo, se lo ganaban con su vida ejemplar, su generosidad y su valentía, afrontando persecución y castigo por defender lo que en justicia les correspondía. Siempre he llevado grabada a fuego en mi memoria algo que Antonio me repetida y que era la mejor lección, la más sencilla y duradera. "Primero hay que cumplir con el trabajo y luego exigir lo que nos corresponde del beneficio". Eso sí que era resumir el Capital y el marxismo en una frase, porque eso es lo que planteaba, que las fuerzas del trabajo tuvieran derecho a la parte que les correspondiera de los beneficios y estos no fueran tan solo para el capital. Pero había que cumplir con el trabajo y que se generara, para repartir mas, un beneficio. Me temo que hoy a Antonio eso no se lo "comprarían" ninguna de las cúpulas sindicales que dominan el cotarro sindical y que ahora son gigantescas y opacas organizaciones burocráticas a cuyo frente --dejo totalmente al margen de ellos a quienes a pie de obra, maquina o nave representan directamente a sus compañeros-- se enquistan personajes que llevan toda su vida "laboral" viviendo "liberados".
El caso del jefe ugetista es paradigmático, pues no llega ni siquiera a un año el tiempo en que tuvo una nómina de una empresa, al antes de cambiar de "oficio" y dedicarse a este de sindicalista y comenzar a hacer carrera. Y eso fue hace ya bastante más de 30 años, cuando entró en la rueda hasta alcanzar el manillar, primero en Cataluña, cuando era Josep, y ahora de toda España cuando ha vuelto a ser Pepe. Como él y con parecidos decenios de liberación a sus espaldas y a tal imagen y semejanza es el retrato robot de decenas de miles, muchas, de liberados sindicales a tiempo completo, que más bien ya habría que llamar "funcionarios sindicales" pues tales son, con sus mismos privilegios, seguridad y blindaje en el "empleo" y que cobran de lo que los demás pagamos con nuestros impuestos, pues todo el entramado sindical vive, en un altísimo porcentaje, del dinero publico. Con un añadido, que no sabemos ni lo que ganan, pues han mantenido y no hay manera de saberlo ni de que lo declaren públicamente, se sienten insultados si se les pregunta, una cerrada opacidad sobre sus emolumentos y privilegios. Pepe ha dicho, como gran declaración para el día del Trabajo, que lo de las mariscadas es falso y que las fotos que vimos no han existido. Tampoco, supongo, será verdad, la estafa de su "compañera" en la sede madrileña, la hija de la diputada, y que han tapado lo que han podido, que se ha llevado varios millones de euros y dedicado a darse la gran vida y la vuelta al mundo en suntuarios viajes. Ni lo de los ERES, el fraude corrupto de mayor cantidad conocido de dinero destinado a los parados dedicado a "asar vacas" con billetes, es otra cosa que imaginaciones nuestras.
Las cúpulas sindicales cayendo en cascada, desde la cima hasta autonomías y provincias son un enorme entramado, cuyo coste alcanza proporciones que suponemos muy cuantiosas, a tenor del volumen y personal, pues en esto tampoco hay transparencia alguna. Esa solo pueden exigirla ellos, pero nunca serles exigida.
Así que como ya es costumbre el 1º de mayo es un desfile de liberados y activistas de variados pelajes a los que de poder hacer una radiografía podríamos comprobar que en su inmensa mayoría pagamos de nuestros bolsillos. Los trabajadores, si han podido y les ha dado la cartera, se han ido de puente, mayormente al pueblo de donde un día salieron sus padres.