Dijo García Lorca que la poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse y que forman algo así como un misterio. Para Eva Guillamón, sin embargo, la poesía son unas gafas con las que destapar lo invisible y entender qué está pasando en realidad. Así lo plasma en Quiero oírte decir mi nombre (La Lucerna).
Cuando los políticos pasan de la campaña, abundante en promesas, a la gestión, se dice que viajan de la poesía a la prosa, y está bien que así sea. Tampoco en los periódicos, rebosantes de informaciones en gran medida tristes o desesperantes, hay mucho espacio para la lírica… Sin embargo, Eva Guillamón ha querido primero, y sabido después, convertir las noticias en sustancia poética: «Todo es poético, lo que no implica que tenga que ser hermoso. La actualidad también, o sobre todo, porque es lo más concreto que tenemos. Yo soy aquí y ahora, y desde este presente me relaciono con el entorno».
De hecho, ese costumbrismo del día a día, a veces invisible, le parece uno de los hábitats más propicios para que brote la poesía. Al menos la poesía que ella le interesa, que tiene que ver con descubrir lo excepcional en lo cotidiano. Le gusta ligar los poemas a hechos concretos, como si fueran una traducción a otro idioma, quizá porque viene del teatro, y una de las claves de la dramaturgia es que «solo lo concreto puede ser universal». «Lo general son lugares comunes donde no hay nadie».
acabar con el sueño. Más aún: Guillamón propone su libro como una herramienta para despertar de un letargo que a menudo nos paraliza. En su caso, la poesía son unas gafas con las que destapar lo invisible y entender qué está pasando en realidad, «y qué me está pasando realmente a mí, más allá de lo que pueda parecer». «Ese es mi motor para la creación, en este caso a través de la poesía». Una poesía que ofrece para degustar como cada cual considere, leída o escuchada, porque «leída es un ejercicio de escucha profunda, la poesía recitada es un ejercicio de imaginación». Así, el mismo texto, las mismas palabras, se transforman en experiencias diferentes.
Y diferentes son también cuando ni se leen ni se escuchan, sino que se cantan, si bien Eva entiende que la poesía cantada son canciones, «y para mí eso es algo completamente distinto, porque está la música, que todo lo transforma». «Yo escribo mucha poesía para ser cantada, principalmente para mi grupo, Dúa de Pel, pero también para otras intérpretes», recalca.
En ese caso, la albaceteña trabaja la musicalidad de manera distinta, porque las palabras van a vivir en otro ecosistema, el de la música. «Hay cosas que le permito a mis canciones que no lo suelo hacer en mis poemas. La música aporta dinamismo y emoción; el papel, solemnidad y silencio. Son géneros distintos, ambos igual de implacables. Es como ir vestida o desnuda». Sin duda, la persona es la misma en los dos casos, con o sin ropa, pero la energía del cuerpo, la presencia, cambia.
De todo lo escrito se deduce que Eva Guillamón es lo que, con la muleta del cliché, definimos como una artista polifacética. Ella acepta de buen grado la etiqueta, y admite que, cuando es requerida para hacerlo, le cuesta responder a esta simple pregunta: ¿A qué te dedicas? «Nunca sé qué palabra escoger en cada momento, por dónde acotar. Yo me dedico a la comunicación, y para ello utilizo diferentes medios, pero todo (en el fondo, que no en la forma) es parte de lo mismo». Una misma y única necesidad se expresa en cada ocasión con instrumentos distintos, de la misma manera que cuando sales a andar eliges el calzado en función del terreno que vayas a pisar.
De aquí para allá
Presume la novelista de ser de Albacete, «una tierra a la que amo profundamente, con esa fuerza que tiene el recuerdo». «Porque para mí, Albacete, a pesar de que voy a menudo ya que mi familia vive allí, es el pasado». En esa maravillosa ciudad es donde empezó todo, donde fue niña y adolescente, donde se enamoró por primera vez y por primera vez empezó a descubrir quién era y quién quería ser. Y gracias a Albacete decidió mudarse a Nueva York en 2005, «porque Azorín decía que Albacete era el Nueva York de La Mancha, y cuando vives en Albacete eso es algo que escuchas a menudo». «Yo nací en Albacete, pero Madrid es mi casa».
Tampoco tiene una respuesta clara para otra pregunta: ¿En qué disciplina se encuentra más cómoda? «Supongo que al final es el movimiento, entre ciudades, entre disciplinas… donde me siento más a gusto». Y suena sincero lo que dice, además de ajustado al tema de su (pen)último proyecto: Perpetuum Mobile, un itinerario musical por el Museo Thyssen de Madrid dividido en tres partes, para el que Sonia Megías, su compañera en Dúa de Pel, ha compuesto la música en función de una selección de cuadros y ella se ha encargado de la dramaturgia y puesta en escena.