El origen de este escrito es un diálogo con jóvenes estudiantes de Teología Católica en la Facultad de Educación de Ciudad Real, estudiantes que están estudiando el hecho de la pasión muerte y resurrección de Jesucristo, el Misterio Pascual, que es el centro de la fe cristiana. Dadas las fechas que se acercan se planteó el tema de cómo vivir los días de la Semana Santa pensando, sobre todo, en tantos jóvenes que generosamente se entregan mediante la "religiosidad popular" a conservar las mejores tradiciones de nuestros pueblos para estos días.
El título que han propuesto es arriesgado: ¿tiene la Semana Santa fecha de caducidad? ¿es posible trocear el misterio pascual para terminar sólo en el sacrificio de la Cruz? Ellos han estudiado y comprenden que efectivamente el Misterio Pascual abarca también la resurrección y la vida ordinaria que todo aquel que vive la fe y, por eso, se preguntan si realmente es sólo una semana o son unos días. Ellos mismos afirman en su diálogo que Cristo es el que no falla en ningún tiempo.
Sabemos que los jóvenes buscan autenticidad y sinceridad, nos le gusta la doblez o la falta de veracidad en lo que proponen, aunque sufran sus propias contradicciones. Piensan que corremos el riesgo de que lo superficial nos deje bajo la apariencia de haber hecho una experiencia sacrificada y generosa que realmente necesita discernirse desde el punto de la vista de la fe en Cristo muerto y resucitado.
Critican los jóvenes el abandono de Cristo en la vida cotidiana cuando realmente se ha hecho un esfuerzo intenso de unos días tan importantes. Del mismo modo no les gusta el que muchas veces nos dirigimos con interés o por necesidad a Cristo y que hay un contraste demasiado distante entre lo que llamamos «lo popular» y la vivencia interna la experiencia de la Pascua.
En una sociedad de claras connotaciones de indiferencia ante el hecho religioso o de su presencia en la esfera de lo público ellos acentúan que la secularización no nos puede quitar el centro de nuestra fe: ¡Cristo vive! Y es esta afirmación la que da sentido a la pasión y a la muerte, pero también a la vida ordinaria del cristiano. Ellos mismos se han preguntado si es que realmente no lo crucificamos nosotros también y no encontramos la salida por falta de fe. Opinan que la tradición no puede convertirse en postureo o en una exposición muy florida y abundante que recorre las redes sociales colmadas de selfies de autosatisfacción imaginaria de una vivencia que no se tiene.
Es verdad que los jóvenes son muy exigentes en esto, pero no podemos olvidar la opinión de quienes tienen que ir forjando un futuro mejor. Por eso ellos mismos dicen que la generosidad y el esfuerzo de tantos jóvenes debe ser una posibilidad real de evangelización y de seguimiento de Jesucristo. Que hay que aprovechar «el tirón». Que tanta generosidad hay que encauzarla, que el mundo del joven está abierto sinceramente a Dios pero que es Dios el primero que los llama para hacer el Reino, pero, como dicen ellos, que sea el entero Misterio Pascual el que realmente llena nuestra vida y los huecos del alma que aún siguen sedientos o en búsqueda.
Por eso ellos mismos dicen, efectivamente, que la Semana Santa no tiene fecha de caducidad porque realmente es la resurrección de Jesucristo la que da sentido a todo lo que hacemos. Es una llamada a mantener viva la fe todo el año, mantener la fe viva también en la formación de quienes viven tan de cerca esta experiencia. El joven que ama a Cristo y «muere» con Él, «resucitará» también con Él. Y en esto, no hay fecha.