Matrículas holandesas de coches aparcados en medio del descampado, perros deambulando, conversaciones en francés, puestos que venden todo tipo de bebidas, furgonetas, camiones, malabares, acentos de cualquier punto del país y música, a todo volumen, en una decena de escenarios repartidos en 800 metros desde el primero al último. La fiesta 'rave' ilegal desencadenada en Ciudad Real desde la noche del 31 de diciembre es una ciudad aparte. Un mundo de peregrinos de la fiesta llamados a vivir la bautizada como Big Fucking Party volúmen 3 que tras pasar por Granada y Murcia aterriza en terrenos del polígono industrial de un aeropuerto donde, al fondo, permanece vigilante la torre de control con un par de aviones a sus pies.

Las últimas ediciones de la fiesta que nunca acaba llegaron a las 8.000 personas. Para entrar no hace falta entrada. Solo llegar, aparcar y empezar a recorrer el campo convertido en un festival techno. En Ciudad Real, a primera hora del 1 de enero, eran más de 500 los vehículos estacionados en este rincón del aeropuerto. Hoy son más de un millar, con decenas de tiendas de campaña montadas para estar hasta que el cuerpo aguante. Quizá hasta el día de Reyes, cuando se apagaron las 'raves' anteriores. De momento, nadie piensa en irse.

Una ciudad 'rave' nacida de la nada

En esta ciudad no falta nada. Ya sea tiendas de ropa a food trucks pasando por bares montados donde es posible encontrar desde zumo de naranja a cualquier bebida en mitad del campo, con carteles que invitan a mantener la dance floor, la pista de baile, entre matojos y piedras, lo más limpia posible. Y donde unos se saludan emocionados por encontrarse de otros años, otros hacen fotos, uno escribe concentrado a pie de escenario, otros se desperezan de la siesta desde su tienda, otros al lado montan la suya y los que más, bailan. De eso se trata. Música ininterrumpida en sesiones de DJ que no dejan de sonar a un volumen que llega hasta la capital, a más de 20 kilómetros de distancia. Y delante, centenares de personas. Veinteañeros, treintañeros y algún cuarentón con indumentaria que incluye entre las más atrevidas, vestidos llamativos, pero sobre todo, priman los que buscan la comodidad, porque van a ser muchas horas de baile, o los que incluso en pleno enero desafían el frío ciudadrealeño avanzando descamisados. No faltan tampoco rastas, algún  sombrero y complementos extravagantes. En algún escenario, incluso hay un sofá. Todo vale. Nadie se fija.  

¿Quién lo organiza? No se sabe. Junto a los escenarios sí hay personas que parecen mantener el control, pidiendo por ejemplo, no hacer fotos. La música suena con una calidad más que decente para organizarse este evento de un día para otro a través de redes sociales, movilizando a gente que ha conducido miles de kilómetros, con escenarios dispuestos cada 20 o 30 metros, todos con su energía para hacer bailar a miles de jóvenes. Prima el buen ambiente entre todos. Es una fiesta no permitida, sí, pero sin incidentes. A la entrada del área 'tomada' por la rave un vehículo del Cuerpo Nacional de Policía pide la documentación a un par de jóvenes, un helicóptero del CNP sobrevuela la zona y la Guardia Civil de Tráfico, a la entrada del aeropuerto, vigila también realizando controles  de documentación y también de consumo de sustancias al volante entre un goteo de vehículos incesante, más ahora que la fiesta rave más importante del país y una de las más grandes de Europa ha puesto sus ojos en Ciudad Real. 

Una ciudad 'rave' nacida de la nada

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