Desde muy pequeña, María Teresa Miñano ha estado rodeada de gafas. Hija y hermana de ópticos, decidió emprender su propio negocio diseñando gafas graduadas y de sol que hoy, tras años de esfuerzo y trabajo, se venden en más de sesenta lugares de España, Europa y Estados Unidos. Nacida en Manzanares, su inspiración llegó en Byron Bay, un pequeño pueblo costero de Australia en el que estuvo viviendo durante tres años hasta que en 2020 regresó a España, en concreto a Córdoba. Licenciada en Administración y Dirección de Empresas (ADE) ha trabajado en distintas empresas multinacionales pero fue en el país australiano donde decidió dar un giro a su vida y embarcarse en este proyecto, que, como no podía ser de otra manera, lleva el nombre Bayronbay en referencia al lugar donde empezó todo. Pero su vinculación con la ciudad del estado de Nueva Gales del Sur queda también queda patente en sus diseños donde «cada gafa, en la parte de dentro de la varilla, lleva grabado el nombre de una playa de allí».
«Siempre he querido emprender, y me puse a diseñar gafas. No se me ocurrió hacer otra cosa», manifiesta en declaraciones a La Tribuna. Reconoce que los inicios no fueron fáciles. Tras contactar con varios proveedores en una feria de Sidney, comenzó a hacer sus propios bocetos. «Empecé en pequeñas ferias y mercados», recuerda al tiempo que señala que todos son diseños suyos, «algo muy importante en este sector, donde en muchas ocasiones te piden que pongas tu marca en un producto que ya existe». Así, ella diseña y una empresa las fabrica y hace realidad ese boceto. Sin ninguna formación en diseño, con boli esboza la idea en un papel y después el fabricante le envía las muestras. «Siempre me las pruebo, y si me quedan bien las lanzo al mercado», señala.
«No suelo seguir muchas modas, pero me fijo en lo que más llama la atención para adaptarlo luego a mi estilo. No son gafas muy atrevidas, son modelos que no te cansas de ellos», comenta para enfatizar después que el material que emplea en la montura de sus modelos es acetato de celulosa (bioacetato), procedente de la resina del árbol y que «hace que sea más flexible y resistente». «Al ser materiales naturales, no artificiales, el color no se pierde con el sol», añade. Y la lente, al venir de familia de ópticos, «es de calidad». «Cien por cien protección ultravioleta».
Todo está estudiado al milímetro, y quizás eso ha sido el éxito de este proyecto que comenzó dándose a conocer online y que ahora se adquiere en tiendas físicas. «Al final la gafa es un accesorio que necesitas probarte para poder decidir, y como no estamos superpolarizados en todos los lugares de España se lanzó una sistema de prueba en casa para que puedas tocarlas y probarlas». El cliente, explica, elige hasta cinco modelos, que recibirá en casa por solo un euro, a modo de fianza. Una vez que el cliente haya elegido su favorita, guarda el resto de gafas en la caja y en cinco días le enviamos un transportista para recogerlas.
Su próximo reto, «abrir alguna tienda física propia» y seguir expandiendo su imaginación por todo el mundo. De cumplirse, reconoce, habrá cumplido otro de sus sueños.