«Vas a matar a mi mamá»

H. L. M.
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Cuando María escuchó a su hija gritar a su pareja que dejara de pegarle, logró romper con un ciclo de violencia que empezó años antes, en su casa

«Vas a matar a mi mamá» - Foto: Rueda Villaverde

A los 15 días de empezar a salir María con su pareja, él le agarró del cuello y la puso contra la pared. Ella le había dicho «¡anda tonto!» y él se puso hecho una furia con ella. Este fue el inicio del infierno en el que pasaría los próximos siete años. «Las personas nacemos libres, pero yo me tuve que ganar mi libertad», resume para explicar cómo salió del pozo. 

María, nombre inventado, viene de una familia en la que la violencia era algo habitual. Su padre la ejercía contra su madre y contra ella y sus hermanos. Su objetivo fue salir cuanto antes de esa casa. Se quedó embarazada y poco tiempo después conoció a su pareja. Estaba en un momento de desesperación económica, con solo 20 años y optó por aguantar. 

Después de agarrarla por el cuello, hizo que se quedara sin amigas. «Consiguió dejarme sola». Después actuó en su mundo digital y le llegó a instalar un control de GPS para saber donde estaba en cada momento. Luego fue a por su economía, cerrando la cuenta que ella tenía y abriendo otra en la que él era el titular. Mientras, solo él trabajaba y le daba lo justo para que ella sobreviviera. 

«Vas a matar a mi mamừVas a matar a mi mamá» - Foto: Rueda Villaverde«Cuando ya consiguió tener un control bastante grande sobre mí fue cuando empezaron las agresiones contra mi hija», relata María. Su pequeña, con solo unos años, le daba celos y él optaba por arrancarla de sus brazos y encerrarla en una habitación, mientras él le gritaba que era «mala madre» que estaba criando a una «mala hija». Después, él se ponía en la puerta, con la niña llorando y gritando. «Si quieres entrar, me pides perdón», le decía. Primero le bastaba con que se lo pidiera y luego empezó a decirle que también se arrodillara. «Empecé a perder un poquito más la dignidad», relata entre lágrimas María. «Es lo que he vivido y ya está. Sé que estoy aquí hoy en día», dice para reponerse. «He avanzado mucho».

En ese momento comenzaron las agresiones físicas y ella pensó que quizás un hijo propio le aplacaría, haría que la viera de otra manera. Ahora sé que «un hijo no te soluciona nada, te perjudica, porque esa persona tiene un arma más fuerte aún para que no le dejes». De hecho, tras parir le llegó a insinuar que a lo mejor no era suyo.

Una situación tras otra, le acabó llevando a una depresión y a que ella acabara con ansiolíticos que le daba una amiga. Tomando las pastillas se quedó embarazada de su tercer hijo, en una situación que no recuerda y que piensa que su pareja la agredió sexualmente, mientras dormía. 

Los tres niños acabaron siendo víctimas de las mismas agresiones que ella recibía y vio cómo su hogar empezaba a parecerse a aquel en el que se había criado. La pandemia hizo que su pareja perdiera el empleo y provocó que ella tuviera que salir a buscar trabajo. Acudió a centros, donde además recibió, por primera vez, atención psicológica. «Les empecé a exponer las cosas que me pasaban y me empezaron a decir: 'Esto no lo puedes consentir'».

Al acabar surgía la misma conversación con su pareja. «¿Qué has hablado? ¿Qué te han preguntado? ¿Qué has contado? ¿Ya estás hablando mierdas de mí?». Acto seguido, llega «la paliza. Me cogía del cuello, me estampaba contra los muebles y pasaba una semana sin salir de casa». 

Al final, el trabajo la empoderó hasta el punto de decidir que rompía la relación, relata María. Él le dijo que dejara el trabajo o la dejaba y así dejaron de estar juntos como pareja, pero aún, por la situación económica, conviviendo bajo el mismo techo. Mientras, ella iba guardando parte de su dinero. «Fue todo mucho más horrible» y ella le dio un mes para marcharse o llamaba a la Policía. En esas semanas, él la descubrió guardando el dinero. «Me cogió del cuello y empezó a dejarme sin respiración». Su hija le gritó: «Vas a matar a mi mamá». Finalmente, la soltó, pero le miró con una cara de odio que afirma que no se le va a olvidar. «De hecho, si a día de hoy me ve por la calle, me sigue mirando con la misma cara». Salió por la puerta, aún sin denunciarle, para empezar su nueva vida.

Finalmente, en una de las visitas para dejar a sus hijos y que vieran a su padre se acabó la relación. Ella pasó por la puerta, él cerró tras ella con llave y le dio varios golpes en la cara, tantos que al final no pudo esconderse y su entorno ya no pudo pasar por alto la violencia de género. Ella acudió a la Comisaría para finalizar con siete años de infierno. 

«Aunque pase menos tiempo o más tiempo en una relación todo el mundo es capaz de ver lo que es normal y qué no es normal», relata dos años después de aquello. Ahora nombra a cada violencia por su nombre. «No habría que permitir ni una, porque si hay violencia física, psicológica, vicaria, económica o sexual, después lo que te queda es la muerte». En su caso, salió por sus hijos. «Ellos fueron los que me hicieron coger fuerza y coraje para decir: no, no me va a matar delante de ellos o los va a matar a ellos para hacerme daño a mí». 

Ahora observa el ciclo en el que se metió, desde pequeña. «Yo no quiero que mis hijos se críen viendo como normal lo que no es normal». Sabe que a cualquier persona le puede tocar, no solo a quien lo ha sufrido en casa. También ve las mentiras del inicio de su relación, cuando pensaba que estaba «sola» o que nadie la iba a creer. Ha encontrado una red de apoyo que le ha hecho estar viva. Está segura de que hubiera sido un número más en esa negra estadística de las víctimas de la violencia de género. Al finalizar su relato pide que se escuche a las víctimas, que se siga educando y recordando los recursos porque ella no sabía dónde tenía que acudir o qué hacer ante lo que vivía en su casa.